Columna publicada el 27 de febrero de 2023 por La Segunda.

“No fue culpa tuya, ni tampoco mía, fue culpa de la monotonía”. Así, citando a Shakira y acompañado del hashtag #14defebrero, quien maneja la cuenta oficial de Twitter del Registro Civil aprovechó esta fecha para difundir (¿celebrar?) que en “2022 se inscribieron 43.221 divorcios y se terminaron 3.839 Acuerdos de Unión Civil”. Al día siguiente el economista Sergio Urzúa cuestionó lo obvio: si esta debe ser la prioridad de una repartición cuya ineficiencia es bastante conocida, y si “debe un servicio del Estado de Chile ‘chacotear’ con la ruptura de la familia”.

Aunque han pasado un par de semanas, puede ser útil detenerse en esta polémica, pues no parece un (nuevo) error puntual. En rigor, refleja claramente la desorientación de la nueva izquierda —y no sólo de este sector— a la hora de pensar sobre los vínculos familiares y afectivos, por un lado, y sobre sus implicancias políticas, por otro.

Quizá nadie ha sido tan elocuente al respecto como el politólogo norteamericano Mark Lilla, un intelectual tan lejano al Partido Republicano como autocrítico de su propio mundo. En una reciente entrevista a La Tercera, el autor del comentado libro “El regreso liberal” invita a reparar en “las cosas que normalmente no miramos” al momento de reflexionar sobre “qué tipo de democracia, patriotismo y espíritu público es posible dada la forma en que vivimos y pensamos”.

En concreto, los dardos de Lilla apuntan al “hecho de que tantos niños crezcan en familias divorciadas hoy […] el hecho de que vean lo que ven en internet, el hecho de que sean hijos únicos, que no tengan primos y no tengan familias numerosas en las que aprender las prácticas de cooperación, deferencia, construcción de consensos, todo ese tipo de cosas”.

No se trata de idealizar ciegamente el pasado ni tal o cual contexto —en Chile, por ejemplo, el ausentismo paterno es de larga data—. El punto es intentar tomarse en serio e interrogar tanto las modificaciones que ha sufrido la estructura familiar como la mentalidad (¿frivolidad?) que predomina en las elites políticas y culturales acerca de estos temas.

Después de todo, el cuadro hoy no deja de ser curioso: por un lado, se formulan toda clase de críticas al individualismo imperante y, por otro, se observa con indiferencia e incluso con beneplácito el auge del atomismo afectivo. Siguiendo con Lilla, “si es que todos vivimos en nuestras pequeñas casas aisladas, o somos como partículas elementales flotando en el espacio, ¿qué tipo de sentimientos democráticos se puede esperar de la gente?”.

Mark Lilla dice haberse vuelto muy pesimista en esta materia. Tal vez alguien pueda discutir esa percepción, pero de ahí a celebrar a priori la situación actual hay un largo trecho.