Columna publicada el lunes 25 de abril de 2022 por La Segunda.

“En el borrador no hay nada que justifique los temores que se han esbozado en la opinión pública”, decía Giorgio Jackson el sábado en una entrevista, sobre la marcha de la Convención. Luego el Presidente Boric afirmó que los contenidos ya aprobados son “buenas noticias”, y fue más allá: “me imagino que nadie a estar alturas cree […] que somos neutrales al respecto”. El domingo Izkia Siches reiteró que “no nos corresponde ser neutrales”. Y Camila Vallejo remató esta ofensiva oficialista: “esperamos que sea el triunfo lo más amplio posible, pero aunque sea un triunfo estrecho, será un triunfo”. Si acaso había alguna duda, La Moneda se encargó de despejarla: van a quemar las naves por el Apruebo.

Esta actitud no deja de sorprender, por varios motivos. 

En noviembre —apenas ayer—, Gabriel Boric perdió la primera vuelta con JAK, el candidato más a la derecha en competencia. Nótese: cuando la nueva izquierda creía vivir un momento estelar, en el Chile del estallido y “la constituyente ciudadana” (así suele describirla Jaime Bassa), el mensaje espontáneo e identitario del Frente Amplio sólo conquistó 1/4 de los votos. De ahí que Boric debió girar del modo en que lo hizo para el balotaje. Ahí advirtió, se supone, la complejidad de un electorado políticamente diverso y exigente, que aspira a cambios con estabilidad y seguridad en las distintas dimensiones de la vida. 

Pero entonces, ¿por qué identificarse ahora acrítica y temerariamente con una Convención que encarna cualquier cosa, menos eso? Porque no se trata sólo de la sostenida alza del Rechazo en varias encuestas —en la última entrega de Cadem ya supera por nueve puntos al Apruebo—, sino también de la actitud y los contenidos que predominan en el órgano constituyente. De hecho, ayer se conoció otra encuesta de Criteria, La Tercera y la CChC que confirma la desconexión en curso. Los chilenos aspiran a un Estado unitario (45%) y no al Estado regional y las autonomías territoriales (25%); a un Estado multicultural (51%) y no a uno plurinacional (21%); a un mismo sistema judicial para todos los ciudadanos (52%) y no al pluralismo jurídico en ciernes (23%). Y así. 

Cuando la desaprobación inicial del gobierno está alcanzando niveles históricos, ¿cómo cerrar los ojos a la progresiva distancia entre la ciudadanía y la Convención? La actitud de La Moneda es enigmática. Todo indica que ahí no hay nadie —digo bien: nadie— pensando en el día siguiente del plebiscito con un mínimo de visión de Estado. Porque el 5 de septiembre, gane o pierda la opción del Ejecutivo, Chile estará dividido. Y si ya está mal renunciar al ideal de la “casa de todos y todas”, incendiar a sabiendas el destino de un gobierno recién asumido definitivamente sugiere un problema político mayor.