Columna publicada el jueves 7 de septiembre de 2023 por CNN Chile.

La tasa de natalidad en Chile ha caído a un mínimo histórico de 1,3 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo poblacional de 2,1. Este declive demográfico, que ha sido ignorado por gobiernos de distintas orientaciones políticas, coloca a Chile detrás de la mayoría de los países europeos en términos de tasa de natalidad (Francia, por ejemplo, se ubica en 1,83). Aunque nuestro país sigue la tendencia de países industrializados como Japón y Corea del Sur, donde este indicador es de 0,8, esto no garantiza necesariamente un camino hacia el desarrollo exitoso.

Estamos ante un fenómeno complejo que va más allá de simples estadísticas, evidenciando desafíos sociales, económicos y culturales. Es un espejo que refleja nuestras prioridades como sociedad y obliga a cuestionar los caminos que está tomando el país en materia de pensiones, salud, educación, corresponsabilidad y de políticas públicas en general. Si se quiere revertir esta situación es necesario poner los incentivos correctos.

La natalidad, a menudo considerada como un asunto privado, es en realidad un tema político crucial, especialmente en el contexto chileno donde constituye uno de los desafíos más serios que enfrenta el país actualmente. Para la filósofa política Hannah Arendt, la “natalidad” es la categoría política fundamental que representa la capacidad humana para introducir algo nuevo en el mundo. Esta noción va más allá del simple hecho biológico de nacer; es una afirmación de la posibilidad y el potencial que cada nueva vida trae al mundo. En su opinión, la natalidad es esencial para la acción y el pensamiento políticos, ya que cada nuevo ser humano añade una perspectiva única que enriquece la pluralidad y la discusión en la esfera pública, permitiendo la renovación constante de la comunidad y la libertad humana.

Este punto de vista destaca lo que está en juego: la baja tasa de natalidad en Chile no es simplemente una cuestión numérica, sino un problema que afecta la vitalidad de la nación y que es resultado de múltiples factores socioeconómicos. A diferencia de la situación en los años 60, donde las mujeres tenían en promedio cinco hijos, hoy la mayoría de las familias ni siquiera llega a tener dos. Esta realidad perjudica particularmente a las clases más bajas, exacerbando desigualdades existentes, ya que el costo asociado a tener hijos (como salud, educación y vivienda) limita la capacidad de elegir el tamaño de la familia, especialmente para aquellos en situaciones económicas más desfavorables.

Uno de los factores más críticos detrás de este fenómeno es la difícil ecuación que las mujeres deben resolver entre su vida laboral y la maternidad. La inserción de la mujer en el ámbito laboral es un avance en términos de igualdad, pero plantea nuevos desafíos, como la falta de una red sólida de apoyo para el cuidado infantil y la persistencia de roles de género que asignan la carga del hogar principalmente a ellas.

Todo esto nos lleva a reconocer que la maternidad y la natalidad no son simplemente asuntos individuales o familiares. El país se está envejeciendo cada vez más. Para el año 2050 las estimaciones indican que un tercio de la población será mayor de 65 años. Una sociedad que envejece se enfrenta a una serie de desafíos que están relacionados entre sí, tales como el aumento del costo de la salud y el financiamiento del sistema previsional entre otros problemas económicos y sociales. La inmigración, que contribuye al nacimiento de un 15% de los niños en Chile, ofrece solo un alivio temporal a la disminución de la tasa de natalidad. Aunque puede parecer una solución, también plantea desafíos culturales en términos de integración, lo que lo convierte en un tema aún más complejo de abordar.

Entre las secuelas más evidentes, la disminución en la tasa de natalidad pone en riesgo la sostenibilidad del sistema de pensiones, ya que menos jóvenes en el mercado laboral significan menos cotizantes a largo plazo. Este problema es particularmente crítico en un sistema de reparto, pero también en uno de capitalización individual con un componente solidario, ya que ambos dependen de una base joven y amplia de trabajadores para financiar las pensiones de los más viejos.

Una secuela menos evidente se puede dar en el ámbito del cuidado. La baja natalidad podría generar una “brecha de cuidado,” ya que habría menos jóvenes para cuidar de una población envejecida. Esto podría resultar en una mayor carga financiera y emocional para las familias y en la necesidad de invertir en costosos servicios de cuidado profesional. Dicho de otro modo, es insostenible un sistema nacional de cuidados sin suficientes jóvenes para apoyarlo.

Para abordar su crisis de natalidad, Chile necesita implementar políticas públicas multidimensionales que aseguren al menos la tasa de reemplazo poblacional. Esto incluye desde políticas de conciliación laboral-familiar, como facilitar el acceso a salas cunas, hasta cambios culturales que fomenten la corresponsabilidad en las tareas del hogar y el cuidado de los hijos para aliviar la carga sobre las mujeres. Este desafío no puede ser a costa del desarrollo personal de las mujeres. Además, se deben buscar formas más sostenibles de financiar nuestros sistemas de pensiones y crear una red de apoyo nacional para el cuidado en todas las etapas de la vida. Al aliviar la carga del cuidado de los niños y ancianos, las familias podrían tomar la decisión de tener más hijos sin la angustia económica que a menudo la acompaña.

En última instancia, la pregunta no debería ser solo dónde están los niños que faltan, sino también qué tipo de sociedad estamos construyendo para fomentar la natalidad; de la calidad del tejido social y de la visión del futuro que queramos adoptar.