Columna publicada el 13.04.19 en La Tercera.

Chile siempre fue un país de pobres y ricos, con la excepción de una pequeña y privilegiada clase media sostenida por la expansión estatal desde comienzos del siglo XX. Clase alta y clase media tuvieron sus propias instituciones, mitos y costumbres. Los pobres, en tanto, fueron invisibles hasta que sucesivas crisis mineras y agrícolas los arrojaron en masa hacia las ciudades. Nació así la “cuestión social”, cuyo intento de solución llegó a su punto más álgido con la sucesión de tres proyectos revolucionarios: el comunitarista (Frei), el socialista (Allende) y el capitalista (Pinochet). Todos ellos con la superación de la pobreza y la democratización de bienes básicos como eje. Pero fue sólo bajo la vilipendiada transición hacia la democracia o época de los consensos que la superación de la pobreza, en los grandes números, se hizo realidad. “La cuestión social”, iniciada a fines del siglo XIX, es un capítulo de nuestra historia que recién se cierra a comienzos del XXI.

¿Qué capítulo viene a continuación? Carlos Peña habla correctamente de una “nueva cuestión social”. Este será el siglo de la clase media. Buena parte de los hijos y nietos de los pobres que ayer habitaban “poblaciones callampa” hoy viven una realidad muy distinta, con acceso a bienes antes inalcanzables, y con altas expectativas. Ellos son la mayoría del país. Sin embargo, nuestras instituciones siguen siendo principalmente para ricos y pobres. No hay espacios amables para el que puede pagar, pero no mucho. La realidad de los bienes de consumo, donde las opciones son amplias, la competencia es fuerte y el astuto siempre encuentra alguna oferta óptima, no es la que se vive a nivel de salud, educación o previsión. De ahí que la consigna sea “nos están cagando”, lo cual es bastante cierto.

El que puede pagar, pero poco, no tiene mucho apoyo del Estado, paga proporcionalmente mucho más en impuestos que los ricos y siempre recibe el producto más penca que el sistema privado, pensado para éstos últimos, puede ofrecer. Es muy rico para el Estado, pero muy pobre para el mercado. Y esta situación es insostenible. Es el núcleo del conflicto social de nuestra generación. Y se tendrá que encontrar una salida institucional ya sea en la expansión “hacia arriba” del Estado o en la expansión “hacia abajo” de los privados.

Bachelet cometió el error de tratar de arrastrar a esta clase media hacia abajo, hacia el Estado, sin ofrecer mayor calidad. Eso era, en la práctica, el “régimen de lo público” del “otro modelo”. Le costó caro. Ahora la derecha, complaciente con los privados, parece estar cometiendo el error opuesto. Ante el abuso -develado por el informe de la FNE- en el precio de los textos escolares del sistema privado (que muchos colegios de elite ni siquiera usan), el ministro Valente anunció la creación de una página web para comparar precios, en vez de abrir a los privados la posibilidad de usar los textos estatales. Con las Isapres, por otro lado, la mano ha sido incluso más blanda que eso, retórica aparte. ¿Tendremos que pasar de nuevo por traumas como los del siglo XX para tomar en serio la necesidad de ajustar nuestras instituciones a los cambios en la realidad social?.