Columna publicada el viernes 3 de diciembre de 2021 por El Líbero.

No hay presidente más fuerte que su bancada en el Congreso. Esa fue la lección que aprendieron a la fuerza Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, quienes naufragaron en ese espacio. Cada uno a su manera, deben haber aprendido que los números de las bancadas dicen poco a priori, así como también dice poco el esquema con el que entra un equipo de fútbol al terreno de juego. Las mayorías, hoy más que nunca, son caprichosas, y no sirven de mucha orientación frente a bancadas circunstanciales y veleidosas.

La composición del nuevo Congreso, por lo tanto, constituye un desafío mayor tanto para José Antonio Kast como para Gabriel Boric. Para agravar el cuadro, hoy ninguno de los dos cuenta con una bancada propia suficientemente robusta, ni puede decirse que —pequeñas como son— alguna de ellas pueda constituirse en el centro de gravedad de sus respectivos sectores.

¿Qué dificultades plantea el Legislativo para el próximo período? La más evidente es que casi dos tercios de los diputados son nuevos. La política es una actividad que requiere conocer sus ritmos, sus pausas, los momentos para transar y aquellos en los cuales insistir. El ingreso de nuevos rostros y fuerzas pondrá a prueba la solidez de los proyectos políticos nacientes. JAK y el Partido Republicano deberán demostrar que su capacidad excede a su líder, que son más que su candidato. Los últimos incidentes de Johannes Kaiser ponen una luz de alerta al respecto.

Boric, en cambio, deberá remar en una bancada donde el Frente Amplio ya no es mayoría, con un PC crecido y más disciplinado que sus huestes. Y vaya que le ha hecho pasar malos ratos al candidato de Apruebo Dignidad en momentos críticos de la campaña. Junto con eso, la DC mostrará señales de independencia (como ocurrió en el proyecto de aborto) apenas cambien los vientos; y —Dios es guionista— los votos de Pamela Jiles pueden ser decisivos para Boric. Además, la gran incógnita está en el Partido de la Gente, que pareciera no obedecer a cánones ideológicos ni a prácticas políticas conocidas. Si la tienda de Parisi logra revivir el espíritu que alentó los retiros de fondos previsionales y sumar al resto de las fuerzas presentes en la corporación, sumirán al Congreso en un nuevo espiral de decadencia.

Lo anterior será un factor a observar, junto con la relación entre el Congreso y la Convención. Dado que el primero tiene la llave de los cambios para la segunda, y que sus composiciones son bastante diferentes, no es descabellado prever que la tensión entre ambos órganos vaya en aumento.

Por último, hay otra consideración de la mayor relevancia. La fragmentación de las fuerzas políticas, impulsada por el sistema proporcional de elección, fue vista con cierto alivio por la ciudadanía. Que nadie tenga una mayoría clara hace prever que será difícil aprobar proyectos disruptivos y, como contracara, fomentará la negociación entre facciones. Pero la realidad pone una sombra de duda sobre este optimismo: la misma fragmentación vuelve casi imposible avanzar en agendas postergadas y urgentes para la ciudadanía, como pensiones o salud, o la misma reforma a Carabineros. Las urgencias sociales, denunciadas hasta el hartazgo, deberán esperar si es que no hay disposición a acuerdos amplios. Así, no debería asombrarnos que aumente el malestar, la protesta indignada y, por último, la indiferencia de la sociedad respecto del sistema político. Si hubiera una tarea que encomendar a la Cámara y al Senado para los próximos años, esa sería que abriera los puntos de contacto con la sociedad, de manera de reconocer y procesar un malestar que los involucra vitalmente y que —ya sabemos— ningún voluntarismo podrá resolver por sí solo. Aunque los acuerdos tienen mala fama, no habrá otra forma de avanzar que recurrir a ellos.

Es verdad que el nuevo Congreso amortiguará a la fuerza las promesas de Kast y Boric. Eso puede ser una buena noticia. Pero en la medida en que ese bloqueo se convierta en un lastre para la deliberación y las reformas, solo agudizará la sensación de peregrinar por un valle de lágrimas, por una realidad política y social que no encuentra en sus representantes la solución a muchos de sus problemas. La Convención no podrá resolver este entuerto, porque es impensable que, por ejemplo, disuelva la Cámara o cambie sustancialmente sus atribuciones. De no mediar un cambio de actitud, hacia una política terapéutica, serán devorados por las llamas que el propio Congreso saliente alimentó. Y vaya qué desastre sería aquel.