Opinión
Un liberal noble

En tiempos dominados por ideologías baratas y argumentos empaquetados para redes sociales, Felipe devolvía dignidad al debate, aportando reflexiones desde una contundente versión del liberalismo clásico.

Un liberal noble

La semana pasada nos dejó, de manera repentina, una de las mentes más lúcidas de la discusión pública: Felipe Schwember. Pensadores así suelen marcar generaciones. Felipe fue un liberal de tomo y lomo -“un neoliberal”, solía bromear con ironía-, un profesor erudito, y sobre todo, un amigo leal y desinteresado. Dedicó generosamente su tiempo a los demás: almuerzos, cafés, caminatas, llamadas, audios larguísimos explicando ideas, dando consejos, tendiendo puentes. Amado por algunos, discutido por otros, pero respetado por todos, sus palabras todavía resuenan en los espacios que alguna vez habitó.

Uno de los últimos fenómenos que lo inquietaron -y al que se dedicó con rigor- fue el auge del libertarianismo en Chile. Veía que la importación de ciertas formas y doctrinas, propias de otros contextos, podía dañar seriamente nuestro debate público. Por eso, no dudó en escribir, tanto en el plano académico como en formatos más accesibles, para exponer las contradicciones y peligros que advertía en ese movimiento. En su ensayo “Un fantasma recorre el continente”, analizó con agudeza cómo ideas que antes sobrevivían apenas en los márgenes académicos cobraban fuerza en el discurso político, proclamando una supuesta “superioridad moral, económica y estética”. Mientras muchos caían seducidos por su retórica, Felipe advirtió que esa postura ideológica acarrearía perjuicios a nuestra convivencia democrática ya dañada. Como señaló en ese mismo texto, la degradación del lenguaje en frases como “los impuestos son un robo” o “la idea de justicia social es un ‘verso empobrecedor’” y que habría “parásitos” entre nosotros no era inocente ni graciosa.

En ese sentido, Felipe advirtió que el mundo libertario, hoy con representación política, carecía de fundamentos filosóficos sólidos. Y sostuvo con convicción que el liberalismo clásico, respetuoso de las normas del derecho público y privado, era no solo superior en teoría y práctica, sino deseable en lo político. Por eso, apenas unos días antes de su fallecimiento, en su última columna de opinión “Coherencia y unidad de las derechas”, insistió en este punto: no es posible ser libertario y nacionalista a la vez. De hecho, en su libro Liberalismo (1927), Ludwig von Mises había sido igual de categórico: el nacionalismo es incompatible con una economía de mercado abierta y global. Pero Felipe fue aún más duro. En esa misma columna escribió: “No hay ninguna teoría política contemporánea que haya atacado la democracia con tanto ahínco y vehemencia como el libertarianismo”.

Su crítica no tuvo ninguna respuesta a la altura de su argumentación.

Por advertencias y análisis como el anterior el debate público y la academia nacional lo extrañarán. En tiempos dominados por ideologías baratas y argumentos empaquetados para redes sociales, Felipe devolvía dignidad al debate, aportando reflexiones desde una contundente versión del liberalismo clásico. Quienes quieran comprender su mirada sobre la economía de mercado harían bien en leer su texto “¿Igualdad o igualitarismo?”, escrito poco antes de que muchos intelectuales chilenos coquetearan con la idea de dejar caer el modelo chileno en la crisis de octubre. Desde una ética deontológica inspirada en Kant y Nozick, y con dominio del derecho natural, la filosofía del derecho y el derecho privado, Felipe pensaba la política desde coordenadas originales y, me atrevo a decir, únicas en Chile. Interpretó el gobierno de la Nueva Mayoría, el estallido social, la Convención Constitucional y la presidencia del Frente Amplio. Incluso, alguien que estaba en sus antípodas como Fernando Atria, siempre reconoció su vigor y meticulosidad.

Felipe, en efecto, se fue convirtiendo en un modelo: esquivo de las frases rimbombantes, algo distante de los micrófonos, poco afín a presentarse como un columnista experto en todo, pero polémico cuando tenía que defender principios, fue levantando, paso a paso, una forma de intelectualidad que merece ser llamada escuela. Su trabajo fue silencioso y metódico; por eso perdurará. Tal vez, si sus amigos logran recopilar su obra —con muchos textos inéditos—, llegue a ocupar un lugar junto a Jorge Millas y otros grandes pensadores liberales chilenos del último tiempo. En lo personal, más allá de algunas diferencias teóricas que siempre supimos conversar, Felipe fue para mí un amigo y alguien con quien compartí una forma común de apreciar la democracia, la libertad económica, la justicia, el debate y el respeto por el adversario.

También te puede interesar:
Flecha izquierda
Flecha izquierda