La pregunta que inevitablemente surge al leer estas páginas es la siguiente: ¿cuál es ese liberalismo del que habla Larraín Matte y que pretende servir como divisoria de aguas?

En su ensayo “Individualismo: el verdadero y el falso”, Friedrich Hayek sostenía que la doctrina liberal se basaba en sólidos principios morales que, con el tiempo, corrían el riesgo de diluirse. Por eso, el objetivo de quienes los defendían debía ser reflexionar sobre ellos y explicarlos con claridad a la ciudadanía. El tiempo parece haberle dado la razón. Desde la segunda mitad del siglo XX el triunfo institucional de esta filosofía ha sido tan poderoso que incluso se transformó en un concepto de marketing; en el mejor gancho comercial. En lenguaje ochentero, el liberalismo sería algo “cool”: un paraguas bajo el cual pueden agruparse diversos grupos, unidos por amplios consensos. Ese fenómeno es, precisamente, uno de los aspectos que parecen desprenderse en el libro del exconvencional Hernán Larraín Matte (1974), La derecha liberal sí existe (Planeta, 2025).
El texto consiste en una crónica personal de cómo y por qué surgió Evópoli, seguido de un relato sobre el rol que han desempeñado sus rostros más conocidos. Se compone de casi 30 capítulos breves, donde el autor expone su visión de Piñera I, de la administración de la Nueva Mayoría, de Piñera II, de la Convención Constitucional, el Consejo Constitucional y el auge de las nuevas derechas a las que califica de “populistas”. Larraín Matte, como él mismo reconoce, ha sido protagonista de la vida política nacional durante ese período. Cuenta que fue parte del segundo piso durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, cargo que luego dejó para asumir como director ejecutivo de Horizontal, el centro de estudios vinculado a Evópoli. En sus propias palabras: “en un momento de confusión ideológica y de disputas identitarias al interior del oficialismo, nuestro desafío era contestar, desde la perspectiva de la nueva derecha, las preguntas sustantivas que instaló el 2011. Estas preguntas apuntaban a la justicia del modelo y al rol del Estado en las democracias modernas” (65). Horizontal, según el autor, debía jugar un rol clave en ese periodo de confusión. Naturalmente, Larraín Matte parece haber interpretado esa disputa ideológica -y esa noción de justicia del “modelo”- desde las categorías del liberalismo que abraza, una doctrina que, por momentos, se presenta con cierto identitarismo y un dejo mesiánico.
Escribir crónicas es difícil, y escribir libros de teoría también. Pero más complejo aún es intentar combinar ambos registros, especialmente cuando un concepto pretende convertirse en la pieza central de la narración. Desde luego, Larraín Matte no es un teórico, sino un dirigente político, pero el ejercicio que intenta llevar a cabo busca combinar ambas facetas. Si bien los hechos están bien conectados y fluyen con facilidad, no se percibe un desarrollo teórico capaz de elaborar una definición de liberalismo que funcione como la piedra angular de la crónica. En este sentido, los problemas del texto se remiten al mismo título. Hernán Larraín ha señalado en diversas entrevistas que el nombre de su libro es provocador. Sin embargo, lo polémico no radica en la existencia de una derecha liberal -después de todo, es bastante común que los liberales se encuentren tanto en la derecha como en la centroizquierda-, sino en el hecho de que se adjudique para sí, y para el sector que representa, el poder de calificar quiénes son liberales y quiénes no lo son, sin especificar antes qué entiende por ello. Si el autor afirma haber leído a “Maquiavelo, Adam Smith, Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill, Friedrich Hayek, Isaiah Berlin y Amartya Sen, entre muchos otros”, entonces sabrá que muchas de las teorías de estos pensadores suponen cuerpos doctrinales distintos y, dependiendo del caso, incompatibles entre sí. Lo lógico, en consecuencia, sería escoger una tradición liberal específica y, desde ahí, interpretar la realidad y al resto de la tradición liberal. De lo contrario, al adjudicarse la etiqueta liberal se puede terminar aludiendo a cualquier cosa: desde los liberals progresistas de Kamala Harris hasta los libertarios de Donald Trump; de Ricardo Lagos hasta Sebastián Piñera; de Vlado Mirosevic a Sebastián Sichel; y así.
En consecuencia, la pregunta que inevitablemente surge al leer estas páginas es la siguiente: ¿cuál es ese liberalismo del que habla Larraín Matte y que pretende servir como divisoria de aguas? En diversos pasajes, el autor sostiene que nunca compartió “la fijación de algunos por converger en un partido liberal único, capaz de integrar a todos los diferentes lotes. La gran familia liberal tiene sensibilidades y énfasis distintos” (83). Si aceptamos esa premisa -y la correcta idea de que el liberalismo es una tradición amplia y compleja-, cabe interrogarse de nuevo: ¿a cuál de esos “lotes” pertenece y por qué? Más allá de algunas posiciones políticamente correctas que suelen considerarse como liberales y que el autor respalda -por ejemplo, “el derecho a la interrupción del embarazo sin expresión de causa” o la promoción de las diversidades sexuales (p.87)-, no queda claro a qué corriente del liberalismo representa Hernán Larraín Matte, y tampoco Evópoli según como él describe su trayectoria. Lo que sí manifiesta con mayor nitidez son ciertas tomas de posición como el rechazo no solo a la dictadura, sino también al golpe de Estado (p.61), y una disposición al diálogo y a la búsqueda de acuerdos con quienes piensan distinto. Debe reconocerse que, si bien esas definiciones no son una novedad, sí han sido una contribución para alimentar el debate dentro del sector.
En el capítulo “Definiciones doctrinales”, entrega más claves sobre su noción de liberalismo. De esa manera, respalda la noción de “libertad positiva” -no así la negativa- de Isaiah Berlin y sostiene que “hay que avanzar, argumentamos, hacia una ‘libertad social o positiva’, que implica que las personas cuenten ‘los medios necesarios para desplegar sus capacidades, y así realizar sus proyectos de vida’” (88). Hasta aquí, leídos de buena fe, incluso Friedman o los Chicago boys podrían estar de acuerdo con ese tipo de declaraciones; ambos, en efecto, defendieron distintos mecanismos de asistencia y desarrollo para quienes no pudieran solventar sus necesidades básicas. Pero su frase continúa: su liberalismo además iría “en línea con el enfoque de las capacidades promovido por economistas e intelectuales como Amartya Sen, Elizabeth Anderson y Martha Nussbaum” (88). Así, se refiere en su mayoría a autores vinculados a una línea progresista del liberalismo. Serían esos referentes del liberalismo progresista internacional los que, de forma paradójica, inspiran a la derecha liberal chilena.
Esta orientación se asemeja a lo que Cristóbal Bellolio ha denominado “liberalismo de la autonomía”, una visión intervencionista, cuyo alcance exacto suele ser poco definido, pero que busca ampliar ciertas capacidades individuales mediante la acción del Estado y la aplicación de una determinada teoría de la justicia que, en el pensamiento contemporáneo, se inspira en John Rawls. Dentro del liberalismo chileno, Larraín Matte tiende a mostrar más afinidad doctrinal con Daniel Brieba y Andrés Velasco, que con otros liberales como el recién fallecido Felipe Schwember. En esta búsqueda de una identidad, el autor parece estar atrapado en la contradicción de utilizar categorías progresistas de izquierda mientras intenta, al mismo tiempo, hablarle a la derecha.
Para terminar, mencionamos ya que el libro contiene una parte teórica y otra de crónica. En ese sentido, el relato también contiene algunos vacíos en los que hubiese sido interesarse detenerse. Llama la atención, por ejemplo, la ausencia de una reflexión sobre las razones por las que a este partido le ha costado tanto crecer en los últimos años. Tampoco se aborda con claridad por qué sigue estando representado en la esfera pública, en gran medida, casi únicamente por los mismos políticos que lo fundaron. Evópoli nació con figuras como Briones, Blumel, Larraín Matte; y hoy, los liderazgos siguen siendo básicamente los mismos (más el senador Cruz-Coke). ¿Cuál será el futuro de este partido? ¿Qué errores cometieron sus rostros más conocidos? ¿Hasta qué punto el énfasis en el progresismo moral le ha impedido articularse de mayor y mejor manera con el resto de las derechas? Tal vez tendremos que esperar una segunda parte para saberlo.