Columna publicada el lunes 8 de enero de 2024 por La Segunda.

Por momentos parece que fue apenas ayer, pero en octubre próximo se cumplirá un lustro del inicio de la peor crisis desde la restauración democrática. Tanto el hito mismo como la coyuntura política —pensiones de gracia, situación del General Yañez y así— conducirán nuestra mirada al 18-O, sus antecedentes y efectos. Naturalmente, será muy difícil articular una conversación pública razonada en torno a esta conmemoración. ¿Cómo favorecerla?

No hay recetas mágicas ni balas de plata, pero quizá ayude recordar que aquel octubre tuvo al menos dos caras. Como sugiere el libro de Joaquín García-Huidobro sobre la crisis, acá existió “Bencina y pasto seco”, ninguno de los cuales sería sano olvidar. Por un lado, emergió una violencia brutal, cuya máxima expresión (pero ni de lejos la única) fue el propio 18-O. La destrucción, el saqueo, el vandalismo y el pillaje se tomaron las ciudades de Chile, básicamente, hasta las restricciones que trajo consigo la pandemia. Y, por otro lado, en paralelo se desarrolló una protesta social masiva —no sólo el 25 de octubre—, más o menos complaciente con aquella violencia, pero irreductible a ella 

Del mismo modo, es sano recordar que ningún sector político estuvo a la altura de las circunstancias. Luego, a la hora del balance, también sería útil —más allá de las inevitables recriminaciones y disputas— la autocrítica de unos y otros.

En el caso de los cuadros políticos de izquierda, su severo error fue, casi sin excepciones, romantizar la revuelta. En concreto, creer (o fingir) que las grandes mayorías empujaban una revolución inexistente e ignorar de manera ciega o deliberada en qué consistía el bullado malestar social; un malestar más relacionado con los “30 pesos” y el trato, angustia e incertidumbre de la vida cotidiana, y no tanto con los “30 años” ni menos con el afán de rehacerlo todo (finalmente rechazado el 4 de septiembre de 2022). Casi todo el oficialismo actual prefirió instrumentalizar la violencia hasta el hartazgo con tal de obtener réditos políticos, incluyendo el intento de derrocar al gobernante electo en las urnas y otras actitudes desleales con la democracia.

Pero las derechas no están libres de polvo y paja. El expresidente Piñera y algunos de sus ministros le pusieron leña al fuego tanto antes como después del 18-O. Por lo demás, el país que estalló fue regido en dos ocasiones por la centroderecha en la década previa, y Piñera regresó al poder advirtiendo que urgía un plan de “clase media protegida”, que pronto dormiría el sueño de los justos (nunca sabremos si tomarse en serio esa promesa habría cambiado la historia). Todo esto, por ingrato que resulte, también forma parte del inventario. Sólo una visión de conjunto nos permitirá conversar en serio.