Columna publicada el domingo 28 de abril de 2024 por la Tercera.

El presidente Boric optó por limar asperezas con el empresariado en su participación en Enade el jueves pasado. Y es sin duda una buena noticia. No solo porque los últimos días se habían caracterizado por un clima hostil entre ambos mundos, sino porque en general la relación del entorno del que proviene el presidente con los grupos económicos ha sido tensa. Existen desconfianzas recíprocas, por cierto, pero mucha de la tensión se explica por un recelo basal de la nueva izquierda, que ve en el empresariado (y en la prensa) la expresión de un brazo más del denominado poder fáctico. En su agenda primaría sobre todo la defensa de intereses particulares, lo que lo vuelve casi por defecto un reproductor del statu quo: a los empresarios es a quienes menos convendrían las transformaciones que este gobierno soñó con implementar. Por lo mismo, no debe haber sido sencillo para el mandatario asistir a una reunión titulada “Contra el inmovilismo”: en la historia larga del discurso frenteamplista, la inmovilidad se considera propia del empresariado, porque así reproduce su hegemonía. 

Pero el presidente optó esta vez por un tono conciliador. Usando una metáfora futbolera, subrayó que más que pensarse como rivales en un partido, había que identificarse con la selección nacional: acá estamos todos juntos y, más allá de las legítimas diferencias, aspiramos a los mismos objetivos. La estrategia discursiva del jefe de gobierno es novedosa, no tanto por la disposición amistosa, como por el intento de refutar algunos de los recelos que pesan sobre él. Gabriel Boric habló de “crecimiento sin peros”, reconoció con variados ejemplos el coraje que distinguiría a la empresa en Chile, y se desdijo de sus declaraciones de esta semana, donde condicionó la aprobación de las reformas al sistema político al acuerdo previo en materia de pensiones. Los discursos de Karen Thal y Ricardo Mewes habían apuntado directamente a esa inquietud: sin avanzar en mejoras en el funcionamiento del trabajo legislativo, difícilmente se podrá escapar al inmovilismo no de los empresarios, sino de nuestra política. La apuesta del mandatario fue entonces a bajar las alertas: desde el gobierno promoverán el acuerdo, no por cálculo electoral, sino porque, según el propio Boric, es algo bueno para Chile. 

Pero que las alertas se mantengan bajas exige hacer de ese tono una disposición estable, que impregne la praxis del gobierno. Y el problema es que su historial no permite demasiado optimismo. El presidente se lamentó de la sorna con la que se comentan sus cambios de postura, afirmando con razón que la política requiere la capacidad de revisar el propio actuar: este terreno no es para fanáticos, agregó. Pero olvida el mandatario que el problema no reside en modificar posiciones, sino en la dificultad para justificar sus giros y, sobre todo, para sostenerlos en el tiempo. De lo contrario, la autocrítica se revela como puro oportunismo; un cambio circunstancial que, sin convicciones, puede darse otra vez en el futuro. Agreguemos a eso un oficialismo harto más rígido que el presidente, y que a menudo muestra distancia con sus lineamientos: a la inconsistencia del mandatario, se suma el desorden de su entorno. Es así el propio gobierno el que termina inmovilizado, lo que ha sido el estado casi permanente de sus ya dos años en el poder. 

Pero los problemas no están solo en la justificación y solidez en los cambios de postura del presidente, sino también en la forma que suele adoptar la apelación al diálogo con sus interlocutores: la de un emplazamiento. Así, al mismo tiempo que se llama a conversar, se acusa al otro de ser quien no cede o de estar protegiendo sus parcelas de poder (mientras ellos, por cierto, encarnan las aspiraciones ciudadanas y, también, las buenas intenciones). Es verdad que no depende solo del presidente ni de quienes están en La Moneda escapar del inmovilismo y avanzar en acuerdos, pero sí es requisito indispensable que ellos aseguren las condiciones para que algo así sea posible. Y es ese en gran medida el desafío que tienen por delante.