Columna publicada el miércoles 24 de abril de 2024 por El Líbero.

La práctica de la gestación subrogada ha cobrado una relevancia cada vez mayor en el debate contemporáneo. A medida que la tecnología reproductiva avanza, se despliegan nuevos dilemas morales que requieren una reflexión profunda sobre la dignidad humana y los derechos individuales: ¿Es ético todo lo científicamente posible? ¿Hasta qué punto el deseo de tener hijos supone que cualquier medio para alcanzarlo es aceptable? ¿Cuáles son las consecuencias a corto y largo plazo de la subrogación para las gestantes, los futuros padres y el niño? ¿Cómo afectará al niño el deseo de conocer a sus padres biológicos en el futuro?

La reciente declaración «Dignitas Infinita» del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que se enmarca en la conmemoración de  los 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, trata el tema de la dignidad humana como un derecho inalienable y se pronuncia sobre varias prácticas atentatorias contra esta. Y entre ellas destaca precisamente la gestación subrogada. El documento explica con detalle la oposición de la Iglesia a la subrogación, argumentando que viola los derechos fundamentales del niño y de la mujer que lo gesta. El texto critica la maternidad subrogada por reducir tanto a los niños como a las mujeres gestantes a meros objetos en transacciones comerciales, recordando que un hijo es siempre un don y nunca un producto de un contrato.

Al tratar así la gestación subrogada, este documento vaticano está en realidad recurriendo a un modo de pensar presente en muchas tradiciones filosóficas: el respeto a la dignidad supone no tratar a nadie como medio, y pone así un límite importante a lo que podemos hacer. Por lo mismo, no es de extrañar que en esta materia se produzcan alianzas entre voces muy distintas. En ese sentido es elocuente el testimonio de Olivia Maurel, una mujer de 32 años de edad, cuya existencia misma es resultado de una práctica que ahora lucha por erradicar. Maurel, quien en su Instagram se define como atea y feminista, ha enfrentado desafíos personales profundos, descubriendo hace tan sólo un par de años, a través de un test genético, que fue concebida por subrogación. Este hecho la ha llevado a cuestionar no a las familias ya conformadas de este modo, sino que al sistema que promueve y permite esta práctica. Su objetivo es proteger a las mujeres y los niños de este mercado para que otros niños nacidos por esta técnica no sufran lo mismo que ha sufrido ella.

El activismo de Maurel se ha intensificado, ganando tanto apoyo como crítica, y ha estado involucrada en movimientos internacionales como la «Declaración de Casablanca» que busca prohibir la gestación subrogada a nivel global. Esta Declaración, firmada por expertos de varias disciplinas, refleja un esfuerzo por abordar las preocupaciones éticas sobre la subrogación, poniendo en evidencia su sometimiento a la lógica del mercado. Con motivo de la reunión de los miembros de Casablanca en Roma a comienzos de mes, se juntó con el Papa Francisco para conversar sobre los peligros de la maternidad subrogada. Ambos están de acuerdo que se ha generado una lucrativa industria basada en la explotación mundial de mujeres y niños.

El testimonio de Olivia no sólo destaca las consecuencias emocionales y psicológicas de descubrir que uno ha sido, en esencia, “comprado” y “vendido”, sino que también pone de manifiesto la necesidad de abordar estos temas con una profundidad y seriedad que vayan más allá de los beneficios inmediatos que la tecnología puede ofrecer. Su historia es un llamado a considerar las implicaciones a largo plazo de las prácticas de subrogación y a evaluar si realmente respetan y promueven la dignidad humana o si, por el contrario, la reducen a una transacción.

Las discusiones de la “guerra cultural” fácilmente llevan a atrincherarnos, pero el caso de Maurel muestra que también pueden ser ocasión para que surjan alianzas inusuales, que revelan que hay algo demasiado grande en juego, que obliga a detenerse. La combinación de la perspectiva que entrega «Dignitas Infinita» y el impactante testimonio personal de Olivia Maurel ofrece una visión desafiante de lo que significa honrar la dignidad humana, y la importancia de proteger y respetar la vida de hombres y mujeres en todas sus etapas y condiciones.