Columna publicada el domingo 22 de mayo de 2022 por La Tercera.

El 2015, en medio del debate público convocado por la Presidenta Bachelet, decidimos en el IES traducir “El Federalista” de Hamilton, Madison y Jay con la esperanza de que una edición chilena de esta gran obra pudiera influir en la discusión sobre nuestra carta fundamental. Esto, porque el texto nos parece una de las mejores escuelas para aprender a pensar en términos institucionales. Es decir, para entender de qué se tratan y cómo funcionan las constituciones. Comencé el trabajo ese mismo año y, a inicios del 2019, llegó a librerías.

En lo medular, “El Federalista” muestra los severos riesgos de mantener el sistema político desmembrado que regía a los Estados Unidos que habían conquistado la independencia de Inglaterra. Es una defensa de un centralismo estratégico, que permitiera consolidar a la Unión como una potencia económica, política y militar. Pero también es un inteligente debate sobre cómo evitar que tal diseño pudiera derivar en una tiranía. Por eso el tema de la división de poderes y los balances y contrapesos institucionales ocupa un lugar central en su argumentación.

En cuanto a sus fuentes, la influencia clásica griega y romana se manifiesta en cada una de sus páginas. Hay un esfuerzo consciente por convocar la experiencia política de ambas civilizaciones, combinada con cumbres intelectuales posteriores -como Montesquieu-, para pensar un sistema que funcione en el mundo real y que no colapse al poco andar por razones previsibles. Tal como en el famoso discurso fúnebre de Pericles, se reivindica el uso de una razón estratégica y anticipatoria para evaluar de antemano cómo operarán e interactuarán las instituciones diseñadas. “Nos diferenciamos de los demás, dice Pericles, porque podemos ser muy osados y, al mismo tiempo, examinar cuidadosamente las acciones que estamos por emprender; la audacia de los otros nace, en cambio, de la ignorancia, y la reflexión les parece contraria a la acción”.

Mi ilusión mientras traducía era colaborar con un Chile que buscara acordar instituciones debatiendo de esa forma. Es decir, de manera realista, estratégica y sin adornos. Creo que esa es la honestidad que se debe, en democracia, a los demás ciudadanos. Conquistar un orden político cuyas piezas, su articulación y la razón de su existencia sean claras y accesibles para cualquier mente formada.

Sin embargo, el proceso y resultado de nuestra Convención Constitucional no puede ser más contrario, en todo sentido, a las lecciones de “El Federalista”. Fueron pasiones bajas, y no razones, las que condujeron de punta a cabo la instancia. El texto convencional fue concebido por el griterío y las consignas. Y es un oscurantismo “ancestral”, racista y antioccidental, que busca desmembrar políticamente el país en vez de integrarlo, el que ha terminado primando en él como principio de organización política. Todo formulado, además, en una jerigonza pseudoacadémica y espolvoreado con “derechos” para hacerlo digerible por las masas que desprecian.

Ha sido el ánimo faccioso, temido por Madison, el que ha escrito este proyecto. Una izquierda mezquina, imbuida de un contra-pinochetismo que comparte los vicios de su enemigo, que entendió el 80% del plebiscito de entrada como una cuenta de sobregiro para sus caprichos, y no como un voto de confianza a proteger y honrar. Y ahora nos dicen que no tenemos otra que aprobar lo que han escrito, porque sino viene el caos. Confían en que la extorsión les entregue lo que la razón no podría.

Como remate, un grupo de académicos de izquierda serviles a este abuso de la fe pública -entre ellos Claudio Fuentes, señalado por el Presidente como su cortesano intelectual- ha decidido presentarse como equipo experto “transversal” (aunque todos piensen lo mismo) bajo el pseudónimo de “Constitucionalista” para hacer porras y piruetas por el proyecto convencional. De este modo, agregan insulto al daño, haciendo una mímica farsante de los autores de “El Federalista” para defender un proyecto constitucional que desprecia todo lo que inspiró dicha obra.

¿Dónde estaba el interés de este grupo por “El Federalista” durante todo este desastroso proceso constitucional? ¿Dónde estaba cuando había que imprimir racionalidad al debate? ¿Por qué llega a última hora y como farsa publicitaria? ¿Por qué alegan querer “explicar” el proyecto convencional cuando sólo quieren litigar a su favor? ¿Esta mascarada es todo lo que la nueva izquierda académica, que controla casi todo nuestro sistema universitario, tiene para ofrecer?