Columna publicada el lunes 22 de enero de 2024 por La Segunda.

“No perdamos esa rebeldía”, le decía esta semana el Presidente Boric a sus compañeros de Revolución Democrática. La frase la pronunció en un discurso por los doce años de dicho partido. Según advertía ahí a sus aliados, el riesgo de perder tal rebeldía, esa que los empujó desde sus orígenes, sería “transformarnos poco a poco en administradores”. Pocas palabras podrían recoger de modo más claro la trampa que el gobierno se ha puesto a sí mismo. A casi dos años de iniciado su gobierno, ese contraste entre la rebeldía y la administración permite notar qué cosas han cambiado y cuáles han permanecido en el centro de su puesta en escena.

Cuando llegaron al poder, lo natural era describir su proyecto como el de una ambiciosa transformación antineoliberal. Ese lenguaje estaba en el corazón de su historia: Chile había sido cuna del neoliberalismo y sería también su tumba. Sobre el colosal fracaso de ese proyecto, que fue también el de la Convención, se ha vertido ya suficiente tinta. En sus dos años de choque con la realidad, no hay posición conocida del Frente Amplio –desde la Teletón al TPP-11 y la zanja–, que no hayan tenido que negar de palabra o con los hechos.

Sin embargo, sería apresurado concluir a partir de ahí que el gobierno ha aprendido las lecciones cruciales en estos dos años. Por lo pronto, porque muchas de las “volteretas” son apenas un giro cosmético. Pero ante todo, porque en medio de esos cambios hay algunas continuidades reveladoras. Especialmente notoria es la continuidad en el modo de enfocar los problemas. Hace dos años se trataba de superar el neoliberalismo, y ahora se trata, en cambio, de perseguir a los delincuentes como perros. Objetivos distintos, sin duda, pero ambos descritos con la misma grandilocuencia. Es como si hasta para perseguir delincuentes hubiera que estar en el espíritu de no perder “esa rebeldía”.

El problema, como por dos años lo hemos podido constatar, es que la grandilocuencia se lleva mal con la competencia. El trabajo competente en un área acotada, ante un desafío concreto, exige una humildad y sujeción a la realidad que está en las antípodas de los sueños de transformación global de los que el gobierno se imagina formando parte. Y por desgracia, mientras se sigue en la disposición grandilocuente los problemas crecen y adquieren una proporción que los hace parecer inabordables. Es lo que nos ha ocurrido en materia de educación, de seguridad, y con el narcotráfico, arruinando la vida de miles de chilenos y preparando el camino para desarrollos muy distintos de los deseados por el Frente Amplio. Ese es el legado cuando se desprecia la administración y las tareas normales de gobierno.