Columna publicada 04.06.19 en La Segunda.

Si durante mayo visitó nuestro país Francis Fukuyama, en junio es el turno de Patrick Deneen. Sus respectivas obras son emblemáticas y simbolizan distintos ambientes de época. Fukuyama anticipó la caída del Muro y dio soporte teórico al supuesto triunfo definitivo del liberalismo posguerra fría. Por su parte, Deneen concluyó la escritura de “Why liberalism failed” apenas tres semanas antes de la victoria de Donald Trump (a quien mira con recelo, por cierto), vaticinando la irrupción global de populismos y corrientes iliberales.

Siguiendo el esquema de Micah Watson –un agudo comentarista–, puede decirse que en Deneen confluyen tres dimensiones. En primer lugar, un severo diagnóstico del régimen liberal. Estado y mercado habrían terminado por ignorar, e incluso perjudicar, la condición en que efectivamente viven las personas y sus agrupaciones más próximas. En seguida, un examen de los fundamentos filosóficos que explicarían estos problemas. Ahí los dardos apuntan al llamado liberalismo clásico, pero también a autores como Hobbes y Bacon. Y por último, ciertos lineamientos generales para enfrentar el momento actual, orientados a revitalizar políticamente la esfera local y comunal.

Es indudable que la propuesta de Deneen es tan crítica como ambiciosa, pero es útil distinguir tales dimensiones de su trabajo. Permite entender por qué tantos y tan diversos actores políticos e intelectuales se han interesado por su último libro, y por qué es posible coincidir con parte de sus planteamientos y, simultáneamente, matizar o disentir acerca de otros.

Como fuere, conviene advertir que sus argumentos son cualquier cosa, menos un hecho aislado. Aunque muy relevante y difundido, “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?” es sólo una manifestación de un movimiento más amplio y emergente: el posliberalismo. Entre varios otros ejemplos, cabe mencionar al teólogo británico William Cavanaugh, quien vino a Chile a estudiar la Vicaría de la Solidaridad y la reivindica como ejemplo de acción política; al filósofo y político polaco Ryszard Legutko, afín al régimen de Viktor Orban; a John Milbank y la escuela de la Radical Orthodoxy, que sintoniza con el blue labour inglés; y en fin, a la heterodoxa nueva derecha francesa, que subraya la causa ecológica al mismo nivel que los valores tradicionales.

Es difícil clasificar este variopinto movimiento según los cánones o etiquetas políticas habituales. Tal vez no faltará quien –por esa u otra razón– renuncie a priori al esfuerzo de comprenderlo. Sin embargo, quienquiera que se tome en serio la deliberación pública y los vaivenes que hoy sufre la política mundial debiera mirarlo con atención. Lo contrario, a fin de cuentas, sólo confirmaría el crudo análisis de Deneen.