Columna publicada el martes 14 de noviembre de 2023 por El Líbero.

Este mes se cumple un año desde el lanzamiento de ChatGPT. Esta aplicación ha provocado un sinnúmero de reacciones: desde peticiones de una pausa en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) hasta reuniones a nivel global para regular su uso responsable. Chile no se ha mantenido al margen. Mientras el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación avanza en la suscripción de acuerdos internacionales en la materia, el Ministerio de Educación ha invertido tiempo y recursos públicos en la elaboración de guías e implementación de programas para la integración de herramientas como ChatGPT en el aula.

Sin embargo, estos avances contrastan con un país que, pese a su esfuerzo por asumir protagonismo en la esfera tecnológica, enfrenta una crisis educacional de proporciones.

Sólo por poner el ejemplo más crítico: 30.000 estudiantes en la región de Atacama carecen de lo más básico, el acceso a la educación misma. Vivimos, en ese sentido, un terremoto educacional. A una crisis de largo aliento expresada, por ejemplo, en la situación de los liceos emblemáticos, se vinieron a sumar los efectos de la pandemia, con prolongados períodos en que los establecimientos estuvieron cerrados, dificultades para retomar clases, y ni hablar de nivelación en los contenidos que no se pudieron impartir por tanto tiempo. La situación de Atacama es un reflejo de este terremoto, a lo que se suman los efectos de una desmunicipalización que no ha sido inocua. La falta de un plan claro en las transferencias desde los municipios a los Servicios Locales de Educación (SLEP), sólo profundiza la compleja situación de la gran mayoría de las familias chilenas, aquejadas por diversas y amenazantes preocupaciones.

En este contexto es difícil no preguntarse, frente a las aspiraciones rimbombantes de ser vanguardia tecnológica, si acaso no vale la pena volverse sobre objetivos, tal vez más humildes, pero fundamentales. ¿Vanguardia de qué podemos ser si hay estudiantes que no tienen algo tan elemental como una sala donde aprender, un techo que no se llueva, baños en condiciones dignas? ¿Si los profesores no cuentan con condiciones para mejorar su desempeño, ser evaluados, tener una carrera razonablemente bien remunerada? No se trata de negar la pertinencia que pueda tener la incorporación de modelos de IA generativa como ChatGPT en la educación, pero al tomar conciencia de dónde parten nuestros desafíos en materia educativa, es inevitable pensar que hay al menos un problema de prioridades: una generación entera corre el riesgo de quedarse atrás. Dicho de otro modo, mientras se ponen esfuerzos para integrar la IA en las salas de clases, tenemos estudiantes que están perdiendo la oportunidad de adquirir habilidades básicas, sin las cuales ninguna herramienta tecnológica podrá usarse con eficacia. ¿Cómo aprender a usar ChatGPT si ni siquiera saben leer? ¿Cómo saber usar críticamente la tecnología si no se cuenta con criterios para evaluar lo que ella ofrece?

Si el gobierno aspira a hacer de Chile puntal del desarrollo tecnológico, necesita primero asegurarse de que se den las condiciones de posibilidad para ello. Y eso exige situar esa apuesta en un proyecto mayor donde el objetivo primero sea recuperar la educación elemental de nuestros niños. De lo contrario arriesga derrochar esfuerzos en una promesa ingenua y vana.