Columna publicada el lunes 16 de noviembre de 2020 por La Segunda.

Ayer se cumplió un año del acuerdo de noviembre. Ahí se estableció un valioso camino institucional para canalizar la crisis, pero muy pronto la oposición instalaría el parlamentarismo de facto que nos rige (con la complicidad pasiva del Ejecutivo). Luego se cumplió con el itinerario constituyente; no tanto con la erradicación de la violencia. Y ahí se apostó por la continuidad democrática del país —por mantener a Sebastián Piñera en La Moneda—, pero hoy todos juegan a demoler la Presidencia. La ambigüedad es manifiesta.

Menos perceptible, sin embargo, ha sido el cambio en nuestra concepción del régimen democrático. Si acaso tendremos “una constitución nacida en democracia”, es sólo porque aquí no ha intervenido el poder fáctico militar, a diferencia de 1833, 1925 y 1980. Se trata de un dato relevante, sin duda, pero él coexiste con una alteración significativa del marco democrático tradicional. Después se todo, este se consolidó a partir de dos pilares: sufragio universal y representación política. Ninguno vive su mejor momento en el Chile constituyente.

Repasemos los hitos principales. Se aseguró la paridad en la Convención mediante inéditas cuotas de resultado. La experiencia del Colegio de Abogados revela los claroscuros de esta innovación, que —vaya paradoja— puede perjudicar a mujeres muy votadas. Con todo, ya sabíamos esto al concurrir a las urnas el 25 de octubre. En el plebiscito se aprobó masivamente una Convención determinada, con 155 escaños, pero ahora es probable que mute su composición, modificándose los cuórum ya fijados. Se hacen muchas gárgaras con el principio democrático, pero a nadie parece importarle demasiado el veredicto de los electores.

Pero hay más. Hay voces que empujan una participación ciudadana vinculante. Ello bien podría diluir la titularidad, los derechos e incluso la libertad de quienes sean electos como convencionales. Se olvidan así los supuestos de la deliberación política y el carácter esencialmente representativo de la Convención. Es probable, además, que ese olvido influya en el endiosamiento de quienes se jactan de ser independientes, pese a tener logo, equipos, programas y listas de candidatos. No es seguro que los partidos de facto sean el mejor modo de articular nuestras diferencias, pero el (justificado) rechazo a prácticas políticas erradas o corruptas se ha convertido en un rechazo a la política misma. Ganancia para Jiles.

Conviene preguntarse, en suma, en qué consiste la inspiración democrática que se le atribuye al proceso. Por lo demás, un cambio constitucional en democracia exige disposición al diálogo y los acuerdos —a la palabra, como dijera Sol Serrano—. Eso predominó el 15 de noviembre de 2019, pero desapareció a los pocos días. Y así estamos.