Columna publicada el domingo 20 de agosto en La Tercera.

La serie “Extras” de los comediantes británicos Ricky Gervais y Stephen Merchant –creadores de “The Office”- es una joya de humor negro. En ella Gervais interpreta a Andy Millman, un extra con sueños de grandeza que logra llegar a la fama con un programa de televisión mediocre. Al desear no sólo éxito, sino que respeto, Millman intenta darle un giro serio a su carrera, pero fracasa rotundamente. Luego de esto, busca al menos recuperar su fama, y lo hace entrando a un reality show lleno de “famosos” en desgracia. Es entonces que la oscuridad alcanza su punto más alto: la mercantilización patética y desesperada de cada uno de los personajes de la casa-estudio es realmente perturbadora. Entre los encerrados hay una madre que tuvo cinco minutos de fama como rostro de las víctimas del crimen callejero cuando su hijo fue asesinado. En una escena, ella relata lo ocurrido, destacando que fue visitada por el Primer Ministro de la época, y afirma que es la peor tragedia de su vida. Al decir la palabra “tragedia” comienza a sonar en los parlantes del set la canción “Tragedy” de los Bee Gees, y como parte de la dinámica todos deben bailar. La madre del hijo asesinado lo hace frenéticamente, sin pensarlo dos veces.

A estas alturas todos hemos leído sobre la sociedad del espectáculo y la colonización de todo por la forma mercantil. La imaginación de uno mismo como producto de consumo para terceros ha sido exacerbada por las redes sociales. Only Fans es la cúspide actual del fenómeno. Facturar es la consigna y conceptos como “monetizar” se han masificado. Hay que sacarse plata, y todos los límites del pudor, la dignidad o el carácter deben rendirse ante ese objetivo. Todo lo sólido se desvanece en el aire, tal como celebraba Marx, incluyendo su ideal revolucionario.

Y es que la izquierda moderna, determinada por sus luchas identitarias, está capturada por la lógica de la mercancía que dice querer combatir. Sólo saben vender y venderse. Monetizar la antimonetización. Lo vimos en la fallida Convención, dominada por la fórmula del reality show, donde cada cual montaba un espectáculo victimista a partir de sus particularidades, tal como la madre de “Extras”. Todos haciendo su número, con disfraces incluidos, y pasando el sombrero al final.

Y ahora le toca el turno  al golpe y a la dictadura. Hay que monetizar la memoria, compañeres. La ambición de raspar la desgastada olla de la legitimidad sacrificial de las víctimas del régimen por parte de un gobierno al borde del desfonde es demasiado evidente. Por lo mismo, es imposible que no terminen en un guión pobre, obvio y simplón. Tal como una multitienda que busca inspiración en “culturas ancestrales” para algunas de sus 10 colecciones de temporada anuales, la fuente de sentido debe ser procesada, simplificada y homogeneizada para poder ser vendida a gran escala.

El Presidente Boric, lamentablemente, es el primero en sufrir de incontinencia simbólica. Acapara referencias superficiales, saltando de una a otra. Chapita de Miguel Enríquez, chapita de Allende. Chapita de Carlos Lorca, chapita de Recabarren. Chapita del Ché Guevara, chapita de Mandela. Todo rápido, todo por encima. Luego, es altamente improbable que pueda rescatar algo profundo y genuino del aniversario de los 50 años del golpe. Al igual que su nuevo amigo de travesías aéreas –al que tenía antes “advertido”- todo indica un gusto por las pasadas. Chin-chin.

¿Qué podría oponerse a la mercantilización banal de todo? ¿Existen alternativas? Para mi generación, acostumbrada a despreciar toda formalidad, es difícil verlas. Pero las hay: la sobriedad anónima de las formas. Aquello que en la Convención encarnaron Carmen Gloria Valladares y John Smok, pero que también reflejan todos los ciudadanos que hacen su pega lo mejor posible sin aspavientos. El gobierno de las leyes y no de los personajes. La dignidad modesta del deber cumplido. El respeto por los ancestros y por el pasado como fuente de experiencia y reflexión. La memoria de los que partieron y el recuerdo de aquello que no debe repetirse. La conciencia de lo heredado y la ambición de dejar las cosas algo mejor al partir. Volver, como podamos, a la fomedad chilena, que pensamos que era atraso, cuando era civilización.