Columna publicada en La Tercera, 09.12.2015

“No soy candidato, no está en mis planes ser candidato”. La frase fue pronunciada por el ex Presidente Sebastián Piñera, en una entrevista concedida al diario El País (manifestando, una vez más, ese curioso hábito de dar declaraciones importantes a la prensa extranjera). Más allá de la retórica implícita en la afirmación, todo indica que el ex Mandatario -fiel a su costumbre- sigue apostando: si el viento corre a favor, me lanzo; si corre en contra, que otro vaya al sacrificio. En principio, una actitud así no debiera sorprendernos. Después de todo, la política chilena ha funcionado así por décadas, plagada de candidatos “contra su voluntad”. El ex Presidente, como buen táctico, simplemente busca manejar sus tiempos.

Sin embargo, en este caso la cuestión es más problemática de lo que parece. Quizás el cálculo resulta ingenioso, pero adolece de un defecto que, a estas alturas, empieza a ser un poco imperdonable: ignora las condiciones políticas en las que necesariamente tendrá que desenvolverse cualquier candidatura de la oposición. Para decirlo de otro modo, Sebastián Piñera actúa como si la derecha no estuviera sumida en una inédita crisis política, doctrinaria y moral.

En rigor, la ambigüedad del ex Mandatario agrava -por varios motivos- la crisis de la derecha. Por un lado, Piñera guarda cierta distancia con la coalición, pues no parece dispuesto a realizar ningún esfuerzo demasiado ambicioso por renovar a la oposición, un trabajo que tiene inevitables costos. No obstante, tampoco se aleja lo suficiente como para hacer posible la emergencia de liderazgos alternativos, que puedan avanzar en ese trabajo imprescindible. Aunque la responsabilidad no es sólo de él (en la derecha, la nueva generación pareciera seguir esperando la venia de los superiores), su inmovilismo se convierte en un obstáculo objetivo para que el sector pueda convertirse en una alternativa razonable más allá de su persona. De allí que su ambigüedad sea un poco miope: uno quisiera suponer que, de volver a Palacio, Piñera tendría la intención de hacer algo más que un gobierno de “excelencia” sin discurso político. Pues bien, ir más allá exige un trabajo que -a casi dos años de haber dejado el poder- nadie ha emprendido seriamente (hasta donde sabemos).

En el fondo, si Sebastián Piñera quiere volver a gobernar Chile sin repetir los errores del pasado, debe partir por convencernos de que su proyecto es más colectivo que personal. Y eso exige, o bien permitir que una nueva generación tome las riendas, o bien estar dispuesto a hacerlo él mismo (con los costos asociados). Pero el equívoco, la espera y la indefinición sólo contribuyen a aumentar la sensación de que, frente a la colosal empresa de refundación que día a día realiza la Nueva Mayoría (constitucionario de jardín infantil incluido), la oposición no tiene nada relevante que proponer más allá de frases gastadas y liderazgos mal reciclados. En suma, si su compromiso con el país es real, Piñera debería poner los medios para lograr que la oposición sea algo más que una cómoda pista de despegue por si algún día decide ser candidato. El resto, es pura frivolidad.

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