Columna publicada el lunes 15 de abril de 2024 por La Segunda.

“Estamos reinventando el deporte desde una tabula rasa”. “Creemos que la decisión de usar fármacos optimizadores es personal”. Este tipo de afirmaciones se puede encontrar en la página de Enhanced Games, donde se anuncia la próxima realización de su olimpiada abierta a técnicas de perfeccionamiento por vía de fármacos y optimización genética. Una verdadera olimpiada en esteroides, financiada por fanáticos de la innovación como Peter Thiel. Puede parecer extravagante, pero la visión del ser humano que supone –el progresismo en versión Silicon Valley– está presente también en muchas otras de nuestras discusiones.

Así lo notó unos quince años atrás Michael Sandel en Contra la perfección. Con su conocida capacidad para comunicar grandes problemas filosóficos, Sandel trata en dicho texto un conjunto de discusiones relativas a la ética del perfeccionamiento, desde las preguntas por el diseño de nuestros hijos hasta las diferencias entre la vieja eugenesia y la eugenesia liberal. Y en ese contexto el deporte es objeto de reflexión especialmente detenida. Como sugiere Sandel, el deporte es una celebración del cultivo y exhibición de talentos naturales. Dentro de ese marco, somos capaces de admirar tanto al que destaca por su esfuerzo como al que lo hace por dones naturales. Pero ¿a quién debemos admirar si cumplen su propósito los promotores de los Enhanced Games? ¿A los deportistas o a sus farmacéuticos?

Un par de buenas zapatillas permite que el talento natural para correr se despliegue mejor; pero una intervención biotecnológica hace algo distinto, nos da un mundo en el que el rastro del don natural es borrado. La olimpiada de deportistas optimizados es como una versión recargada de un mundo de puro mérito. Y el problema de esa mentalidad no es para Sandel solo uno de desigualdad (o de pérdida de autonomía de los hijos diseñados), sino el afán de dominio que nos priva de toda actitud receptiva ante la realidad. Con eso como inquietud fundamental, su libro no es solo una crítica de ciertos usos de la tecnología. Después de todo, las formas patológicas del deseo por sacar lo mejor de los propios hijos no solo recurren a esta. Hay también otras formas de paternidad que olvidan el amor de aceptación.

Subyace a todo esto la pregunta general por la relación entre el mérito y lo recibido, discusión bien conocida en nuestro medio por otra obra de Sandel, La tiranía del mérito. Dadas las disputas en que nuestro mundo está envuelto, hay buenas razones para mirar los ecos de esa pregunta en todo el rango de problemas que toca su obra. Si esos problemas estaban presentes hace quince años, la reedición de Contra la perfección (Debate 2024) llega en un momento tanto más pertinente.