Carta publicada el jueves 8 de febrero de 2024 por El Mercurio.

Luego del trágico deceso del expresidente Piñera, y en paralelo al dolor de sus familiares, amigos y excolaboradores, es natural que se inicie una reflexión pública sobre el legado político del exmandatario.

En este contexto, durante las últimas horas se han destacado ante todo su intachable compromiso democrático, así como su reconocida gestión y conducción del aparato estatal frente a catástrofes como el terremoto del 27-F, el accidente de los mineros y la pandemia. Con todo, quisiera subrayar otros dos elementos de cara a este diálogo que recién empieza, pues son relevantes para el futuro de Chile y de la centroderecha.

Por un lado, el aporte del expresidente Piñera en el plano económico y social. Aunque ha sido (y seguirá siendo) objeto de debate por qué no se logró priorizar la promesa de la “clase media protegida” al volver a La Moneda en 2018, su contribución en este plano fue significativa, y hoy reluce en virtud del estancamiento que sufre el país. De su primera administración baste tener presente la reactivación económica y el posnatal de seis meses —ahora considerado un “desde”, pero muy disputado en su minuto—, y de su segundo período, el perfeccionamiento del registro social de hogares y la aprobación de la Pensión Garantizada Universal (PGU).

Por otro lado, es digna de recordar su aproximación crítica al aborto directo o procurado, en cualquiera de sus modalidades. Ciertamente, el expresidente Piñera no era un conservador, pero dicha aproximación ilustra con claridad el severo error que supone identificar las convicciones democráticas con las posiciones progresistas en todo ámbito. El punto no es trivial, considerando que hoy ambas cosas suelen confundirse —incluso dentro de círculos de centroderecha—, y que ante las controversias morales que dividen a la sociedad contemporánea crece la intolerancia al disenso. Vale la pena, entonces, destacar también este legado.