Columna publicada el sábado 11 de diciembre de 2021 por La Tercera.

El candidato Boric mostró poca cultura bíblica al hablar de “el evangelio de San Pablo”. Esto generó hartas burlas, motivadas por la desconfianza de muchos en sus giros de campaña, y también por la dinámica de humillación de las redes sociales.

Desde una perspectiva cristiana, eso sí, la ocasión invita a otra cosa. Primero, a celebrar que el candidato lea la Biblia, invitándolo a profundizar su incursión. En las cartas de Pablo resuena la experiencia milenaria del pueblo de Israel, tanto como la revelación que lo fulminó camino a Damasco. La historia -intensamente política- de una comunidad que, como dijo Eric Voegelin, intenta equilibrar la vida del espíritu con la existencia en el mundo, siempre tentada de olvidar a Dios, su rey, por perseguir la orgullosa ilusión de la soberanía humana. Lucha de la cual, según José Villacañas, se deriva la mismísima división de poderes de nuestras repúblicas.

Boric, que es lector de Albert Camus, descubrirá que las duras verdades que el escritor arrojó al rostro de la izquierda en “El hombre rebelde” y otros textos políticos tienen su origen en esas viejas advertencias contra el orgullo, el deseo de dominación, el olvido del pecado original y el desprecio por el mundo como es. También encontrará modelos de liderazgo político penitentes y serviciales, como el del rey David, que encarnan seriamente la voluntad de arrepentirse, disculparse y enmendar, así como la de servir amorosamente a otros.

En otro nivel, esta irrupción paulina permite interrogar a los candidatos respecto al lugar que le atribuyen a las iglesias -y a las asociaciones civiles- en la vida pública. Tenemos una derecha que confunde sociedad y mercado, y una izquierda que confunde sociedad y Estado. Esto ha llevado a los primeros a defender el lucro desregulado con recursos de los contribuyentes, y a los segundos a querer someter a toda organización que reciba recursos fiscales al régimen propio de los aparatos administrativos del Estado (el “régimen de lo público” en el que el senador Latorre nos quiere reeducar expoliando nuestros ahorros previsionales). Y también a ver toda organización civil, como la Teletón o Bomberos, como reflejo de un déficit estatal, en vez de como una fortaleza comunitaria.

En el caso específico de las iglesias, el laicismo persecutorio que busca expulsar la fe del espacio público, privatizándola, atraviesa a casi todo el progresismo, pero es particularmente intenso en la izquierda. Lo vimos en los debates sobre selección escolar en base a criterios religiosos, así como en la discusión sobre objeción de conciencia personal e institucional frente al aborto. También en la condena a que las universidades cristianas se nieguen a alojar proyectos de investigación anticristianos. El mismo sector político que se refugió en la autonomía eclesiástica durante la dictadura (cuyo autoritarismo antisocial reflotó en la primera versión del programa de Kast prometiendo perseguir organizaciones de izquierda), ahora es su peor enemigo.

Quizás algún día, camino a Valparaíso, Boric escuche la voz que otrora interrogó a un piadoso y fiero azote de los cristianos: “Gabriel, Gabriel ¿Por qué me persigues?”. Ojalá tenga una buena respuesta.