Columna publicada el domingo 24 de diciembre de 2023 por El Mercurio.

Los comicios del domingo 17 de diciembre dejaron —al menos— dos derrotas y una pregunta. Examinarlas en conjunto puede ayudarnos a comprender nuestro singular momento político. La primera derrota corresponde, sin duda, al Partido Republicano. La tienda liderada por José Antonio Kast no supo conducir a buen puerto el proceso, a pesar de su amplia mayoría. Es cierto que el desafío era difícil, pues el éxito republicano en las elecciones de mayo se explica en buena medida por el hastío constitucional, pero la colectividad falló por inexperiencia y falta de conducción. Kast y sus seguidores no estaban preparados para administrar poder, lo que exige bastante más que la dinámica adversarial. Todo esto deja un signo de interrogación respecto de su auténtica vocación de poder. Construir oposición no es lo mismo que construir mayorías —bien lo sabe Gabriel Boric— y el Partido Republicano tiene aún demasiados puntos ciegos de cara al futuro. Sobra decir que, si no los resuelve, el costo lo terminará pagando toda la derecha.

La segunda derrota corresponde a aquello que podríamos llamar, siguiendo el título de un libro de Claudio Alvarado, la ilusión constitucional. La tesis subyacente en dicha ilusión es que todas y cada una de las dificultades de la sociedad chilena remiten a la Carta Magna. La izquierda se cobijó en esta ilusión para consolarse de sus frustraciones y sueños no cumplidos. Al fin y al cabo, se dijeron aquellos dirigentes, si no hemos podido hacer lo que queremos, es porque hay una Constitución espuria que lo impide. Todas las izquierdas se sumaron, al unísono, a ese coro, y este es el motivo en virtud del cual interpretaron el 18 de octubre desde esas coordenadas, avalando incluso la violencia. Nuestra historia tiene pocos ejemplos de diagnósticos más descaminados que este, que dominó nuestra vida política por más de cuatro años. No había una lectura atenta de la realidad, sino imposición de determinadas categorías ajenas a dicha realidad. El diagnóstico fue elaborado por elites sobreintelectualizadas y, peor, subordinadas al lenguaje jurídico de un grupo de abogados que acariciaron la idea de convertirse en los Hamilton y Madison de América del sur. Soñaban con escribir El Federalista, y terminaron protagonizando una opereta de bajo presupuesto. Por lo demás, la capitulación fue tácitamente admitida al defender de facto la Constitución vigente que, hasta hace pocos meses, encarnaba la bestia a exterminar. Supongo que la derrota de los abogados de izquierda es el triunfo póstumo de Jaime Guzmán, que no hacía política desde espejismos.

Con todo, el 17 de diciembre también dejó una pregunta inquietante, que guarda relación con la figura de Michelle Bachelet. La exmandataria apostó por el En contra, y salió fortalecida de la contienda. En todo caso, no es primera vez que Michelle Bachelet tienta su suerte. El año pasado apoyó la primera Convención, y antes había querido ungir a Paula Narváez, con los resultados que conocemos. La hipótesis Michelle Bachelet es inquietante por varios motivos. El primero es que constituye la confirmación de la total ineptitud de la centroizquierda para producir liderazgos alternativos durante dos décadas. Recurrir a Bachelet implica reconocer que dicho sector no tiene proyecto, sino solo figura tutelar. Esto nos conduce a un segundo motivo: en muchos sentidos, los gobiernos de Michelle Bachelet (sobre todo el segundo) están en el origen del estancamiento del país. Ella ha sido parte del problema: sus reformas no terminaron bien, en ningún ámbito (ni político, ni económico, ni educacional). ¿Qué tiene que ofrecerle Michelle Bachelet al futuro de Chile, cuáles son sus ideas, sus proyectos, su lectura pertinente de la realidad? No sabemos nada de nada, y seguramente no sabremos, pues Michelle Bachelet no se caracteriza por su buena voluntad a la hora de responder interrogantes difíciles. Sería, además, una paradoja que la renovación que prometía el Frente Amplio acabara con una candidatura de este tipo. Por otro lado, no deberíamos olvidar que Michelle Bachelet siempre ha desconfiado profundamente de los partidos y, en sus administraciones, el poder se concentró en círculos de confianza, eludiendo al máximo a las colectividades. Es cuando menos dudoso que Chile necesite debilitar más a sus partidos.

Como si todo esto fuera poco, la hipótesis Bachelet es inquietante por una razón adicional. En efecto, Michelle Bachelet señaló que sería un error suponer que los dos fracasos constituyentes habrían consolidado la Constitución que nos rige. La afirmación confirma que la ilusión constitucional sigue operando en ella (y en su sector). Podemos deducir entonces que el cierre del proceso es temporal, en la medida en que responde a necesidades coyunturales. En rigor, Michelle Bachelet le ha anunciado al país que no está dispuesta a cerrar el ciclo de inestabilidad institucional, muy por el contrario. Dos rechazos no parecen haber sido suficientes. Está por verse si la derecha es capaz de tomar más nota de lo ocurrido el domingo 17: no es descabellado suponer que el futuro le pertenece a quien lea de mejor modo ese día tan extraño.