Columna publicada el lunes 18 de diciembre de 2023 por La Segunda.

El tiempo traerá, tal vez, algo de claridad respecto de la medida en que estos cuatro años han sido tiempo perdido. De lo que no cabe duda, en cambio, es de la conclusión que todo el mundo ha esbozado una vez pasado el plebiscito: a contar de hoy se requiere un urgente vuelco a los problemas que de modo palpable aquejan a la ciudadanía. También la lista de esos problemas es más o menos obvia, encabezada por la seguridad y la economía. Se trata de recuperar la certidumbre en esas y otras dimensiones de la vida.

Y se trata, por cierto, de recuperar un clima de acuerdos que haga posible algún cambio en esas áreas. Pero eso es considerablemente más difícil de lo que se cree. Puede parecer sencillo pasar, por un simple acto de la voluntad, del bloqueo a la colaboración. Pero incluso si ese acto de voluntad fuera tan fácil, en estos asuntos se requiere harto más que una buena intención. Esta, después de todo, es compatible con choques muy fuertes respecto de los medios ideales para alcanzar un fin. Que haya necesidad de acuerdos de cara a una recuperación económica, por ejemplo, no dice nada respecto de los medios en torno a los cuales tenga sentido converger. Sobra decir que el pacto fiscal empujado por el gobierno se topará aquí con obstáculos nada menores. La derecha más dura yerra en su idea de que los consensos están sobrevalorados. Pero la pregunta respecto de qué consensos son benéficos para el país obviamente está abierta siempre a discusión.

En segundo lugar, están ciertos problemas estructurales. También los problemas “reales” requieren una política funcional, pero es muy difícil solucionar la fragmentación de la política si los mismos afectados por cualquier reforma son los parlamentarios que deben decidir. Se puede anhelar que tengamos “una que nos una” en este plano del sistema político, pero en los hechos tal acuerdo solo podía lograrse en procesos como los que han fracasado. Mala noticia.

El mayor obstáculo de todos, sin embargo, se encuentra en el hecho de que cualquier búsqueda de acuerdos tendrá que encabezarla un gobierno que a este respecto tiene un amplio elenco de problemas. Uno de ellos es el elemental hecho de que nacieron a la vida política de la mano de la lógica adversarial. Que hoy les convenga algo muy distinto no quita que esa lógica, echada a andar, adquiere un vuelo propio que ninguna buena intención puede detener como si nada. Junto con eso está el hecho de que concentraron todo su proyecto político en el cambio constitucional (con un semestre de descarada pausa mientras esperaban el triunfo de la Convención). Nada los obligaba a eso, y sin embargo fue su diseño expreso. Tras cuatro años, la idea de que hemos vuelto al comienzo tal vez sea demasiado optimista.