Columna publicada el sábado 1 de enero de 2022 por La Tercera.

El columnismo de opinión política es una labor extraña: su fin es manifestar un punto de vista parcial y ofrecer razones para sustentarlo. En este sentido, es más pariente de las cartas y editoriales que de las noticias, cuyo fin es informar de hechos de la realidad.

A pesar de esto, muchos lectores alegan por el sesgo de las columnas, confundiéndolas con las noticias. Este alegato recuerda a los medios que es importante rotular de manera clara los textos de opinión, especialmente en un contexto de expansión y democratización de la opinión pública.

También ocurre que cierto “capital humano avanzado” del mundo de las humanidades y las ciencias sociales cree que las columnas de opinión son pequeños artículos académicos. Esta creencia desnuda el hecho -quizás preocupante- de que varios profesores universitarios en estas áreas conciben su trabajo como un activismo político sofisticado. Habría que ver si también operan como profetas de cátedra en el aula.

Pero, en todo caso, las columnas de opinión no son “papers” pigmeos. No están sujetas a los mismos estándares. Un verdadero artículo académico busca ser un fragmento de conocimiento relevante previamente inexistente. Debería operar como una pieza que un investigador pueda ensamblar con otras. El régimen de publicación académica chatarra a veces oscurece estos hechos. Un artículo de opinión, en cambio, es flor de un día y no aspira a más. Refleja el estado de las cosas según las impresiones contingentes del autor. Y, por lo mismo, está expuesto a todos los vicios del prejuicio y la falsa ilusión. Todos los columnistas podemos leer con vergüenza o humor algún texto del pasado cargado de esperanzas vanas, realidades pasajeras o información incompleta.

La pregunta obvia, una vez descartado el parentesco de las columnas de opinión con noticias o textos académicos, es por su función. ¿De qué sirve leer una opinión ajena? El ejercicio parece inútil frente al supuesto de equivalencia de preferencias que rige la sociedad de consumo. O podría ser incluso ofensivo para los cancelacionistas, que consideran violenta la afectación de su conciencia por opiniones divergentes. De hecho, si triunfa el afán de privatización del conocimiento quizás las columnas desparezcan.

Mientras tanto, leer opiniones ajenas sirve para examinar el propio punto de vista. Si uno comparte la inclinación del autor, puede beneficiarse de las razones que éste ofrece. Si uno discrepa, puede escudriñar esas razones buscando puntos débiles. Y si uno no se ha formado una opinión sobre un tema, puede contrastar las posiciones y razones ofrecidas en la plaza pública. En este sentido, las columnas pueden aportar a la democracia.

Finalmente, parece lógico que una sociedad más compleja produzca y demande más perspectivas y, por tanto, más columnistas y columnas de opinión. Pero expresar de manera breve y articulada un punto de vista es menos fácil de lo que parece. Luego, es importante que más personas se animen a entrenar la pluma en los múltiples espacios que hoy lo permiten, con el objetivo de darle voz a miradas que consideren ausentes. Buscar con constancia y disciplina ese objetivo podría ser, para varios, un buen propósito de año nuevo.