Columna publicada el domingo 26 de noviembre de 2023 por La Tercera.

La sociedad chilena vive con miedo. Según la última encuesta CEP, la seguridad es por lejos el tema prioritario para la ciudadanía. No solo ha crecido en su valor absoluto, sino que ha aumentado significativamente su brecha respecto a otras materias importantes: a ello debe abocarse la autoridad, dice la gente. En paralelo un número cada vez mayor de personas esta dispuesto a renunciar a libertades si eso ayuda a controlar la delincuencia. Se trata de algo preocupante, pero en algún sentido explicable: ¿qué libertades pueden hacerse efectivas si el Estado no garantiza una protección mínima que las haga posibles? A este complejo cuadro le acompaña una alta cifra que asocia a los inmigrantes con el aumento de la criminalidad, lo que une al miedo con un grupo específico al que se puede culpar. Una combinación explosiva. Todo esto en el marco de una bajísima confianza en las instituciones y una generalizada sensación de que la situación política es mala y que los representantes no hacen más que sumirse en sus disputas. ¿Cómo entonces podrán hacerse cargo de las inquietudes ciudadanas? 

Una sociedad con miedo despierta, por cierto, resquemores: es una población vulnerable y expuesta a apoyar liderazgos y agendas problemáticas. Es lo que preocupa a cierto mundo que, ante esta constatación, responde tratando de calmar los ánimos. “Chile no es el país más inseguro de América Latina”, afirmó el presidente Boric esta semana. Podrá ser cierto, pero parece un triste consuelo frente a la última información conocida sobre la materia: según la encuesta Enusc, en Chile la percepción de inseguridad nunca había sido tan alta y la victimización ha aumentado casi 5 puntos con relación al año anterior. Ante ello, ninguna referencia a la evidencia comparada servirá para aliviar la sensación de crisis, sobre todo a la luz de los delitos que estamos viendo: descuartizamientos, sicariatos, secuestros. La reacción del Presidente en todo caso no sorprende. Hoy el contexto hace más difícil justificar estas afirmaciones, pero hasta hace poco tiempo, la opinión biempensante solía responder a las percepciones ciudadanas, tirando simplemente la evidencia en la cara. Que apreciaciones de la gente no calzaran con la información que ellos disponían no los conducía a levantar preguntas, sino a constatar extendidos prejuicios: ignorancia, temor a lo desconocido, racismo. ¿Cómo sorprenderse después del apoyo a las figuras que intentan rentar del miedo?

Quizás sea más provechoso asumir la realidad: Chile es hoy una sociedad con miedo. Y el marco que lo sostiene excede a la exclusiva crisis de seguridad que atraviesa a nuestro país. El miedo y la incertidumbre parecen haber llegado para quedarse, pues muchos de los procesos en curso, en Chile y el mundo (crisis económica, migratoria, calentamiento global), dan luces de que se avecinan tiempos complejos y que se quedarán por un rato con nosotros. Más valdría entonces aceptar ese sentimiento como un motor de acción política y un eje desde el cual estructurar proyectos colectivos. El miedo suele desecharse, porque se asume que es irracional, quedando a merced de liderazgos dispuestos a tomárselo en serio. Pero ¿no es el miedo indicador de cosas más profundas? ¿No dice algo de lo que las personas valoran? ¿No es natural sentir miedo de perder lo que queremos? ¿No es señal el miedo de que hay cosas que cuidar? Tal vez sea más fructífero apropiarse de ese sentimiento e intentar orientarlo hacia las experiencias positivas que lo justifican, no para defender agendas persecutorias, excluyentes, autoritarias, sino proyectos orientados a cuidar lo que se tiene, y a proteger en momentos difíciles. Una apuesta así puede ser más movilizadora que aquella que une la denuncia de caudillos con el desprecio de las personas que, en busca de protección, los siguen.