Columna publicada el martes 17 de octubre de 2023 por El Líbero.

“Nosotros no somos unos viejitos a los que hay que entretener o mantener recluidos, somos ciudadanos y ciudadanas a los que, para bien de todos, hay que facilitarles su incorporación plena y vital a las actividades de la ciudad”. Así finaliza la carta en la cual un adulto mayor relataba la caída que sufrió debido al mal estado de las veredas en la comuna de Santiago. Sus palabras coinciden con que el pasado 1 de octubre fue el Día Internacional de las personas mayores; y aunque la fecha pasara sin mayor gloria, las actividades conmemorativas se han extendido durante el mes en diferentes regiones. Sin embargo, como nos recuerdan las palabras ya citadas, más que cursos de baile entretenido o conferencias, algo tan básico como mantener las calles en buen estado permite que muchas personas mayores puedan salir a caminar por la ciudad.

Chile, al igual que otros países, enfrenta un envejecimiento acelerado de su población. Se estima que para 2050 un tercio de los chilenos superará los 65 años. Estas cifras son el resultado de varios factores, como la mayor esperanza de vida y el descenso en la tasa de natalidad. Este desbalance generacional nos coloca frente a la imperativa necesidad de pensar cómo aborda la sociedad el tema de la dependencia y el cuidado de los adultos mayores, sin caer en el asistencialismo.

Esta situación plantea desafíos económicos en salud y pensiones. Sin embargo, las soluciones no pasan exclusivamente por una cuestión de recursos o infraestructura, sino que también requieren de un cambio cultural en torno a la vejez: integrar a los adultos mayores, muchas veces estigmatizados, infantilizados, invisibilizados y en otras tantas ocasiones abandonados a su suerte. Para ello es necesario romper con las expectativas de la sociedad moderna que deposita el valor o utilidad de una persona en su autonomía y su éxito profesional. Si la vara con la que medimos a un ser humano radica solo en su capacidad productiva, estamos dejando fuera a quienes no son igualmente “útiles” desde un punto de vista monetario, pero que son parte de nuestra vida en común.

Cabe preguntarse si ese tipo de cambio cultural, respecto del cual parece haber amplio consenso, puede darse si no recuperamos el hecho de que todos somos en mayor o menor medida seres dependientes y tarde o temprano vamos a envejecer. El filósofo inglés Alasdair MacIntyre, en su libro Animales racionales y dependientes, destaca que la dependencia es intrínseca a la naturaleza humana, siendo más evidente al inicio y al final de nuestras vidas. Contrario a las ideas modernas de autonomía, MacIntyre enfatiza la interdependencia y el valor de la comunidad en nuestra comprensión del ser humano. Así, una perspectiva verdaderamente inclusiva reconoce nuestra interdependencia y celebra la vida como una experiencia relacional, donde la verdadera plenitud se encuentra en comunidades que cuidan y son cuidadas.

Y aquí parece haber cierto desequilibrio, por decir lo menos, en la retórica y visión de mundo del gobierno. Porque si por una parte reconoce la dependencia en su narrativa sobre los cuidados, buena parte de lo que nos dice en otras materias depende de un individuo concebido como simplemente autónomo (o que debemos liberar para que se vuelva autónomo). Es imperativo reconciliar la idea de autonomía con la realidad de nuestra interdependencia, percibiendo a los adultos mayores no solo como receptores de cuidado, sino también como portadores de historias, experiencias y saberes que enriquecen el tejido social.