Columna publicada el 24 de julio de 2023 en La Segunda.

“Las constituciones están llamadas a regir por décadas, pero son igualmente hijas de su tiempo”. La exministra Marcela Cubillos esgrimió este argumento en El Mercurio (viernes) para defender que “la mayoría se exprese” al interior del Consejo Constitucional, más allá de lo que “genere unanimidad en la elite política”. Dicho argumento busca respaldar no sólo la presentación de enmiendas afines a un determinado ideario —lo que legítimamente hicieron todas las bancadas del Consejo—, sino también una cierta manera de conducir este órgano. La pregunta, entonces, es crucial: ¿qué significa que el texto sea hijo de su tiempo, de nuestro tiempo?

En primer lugar —y mal que le pese al oficialismo—, que el proyecto constitucional deberá referirse a temas prioritarios para el electorado. Por ejemplo, una ley fundamental no tendría por qué aludir a la migración. En el Chile actual, sin embargo, omitir el punto sería incomprensible. Desde luego, este tipo de temas deberá abordarse del modo más riguroso, responsable y eficaz que se pueda; pero eludirlo supondría regalarle una bandera de campaña a esos grupos de uno u otro signo que ya decidieron votar “En contra” en el plebiscito de diciembre.

Por idéntico motivo, hay algunas (pocas) opciones de política pública que, dada la mayoría social que se ha creado en derredor suyo, habrán de ser incluidas o toleradas por todas las fuerzas políticas interesadas en el éxito del proceso. El ejemplo más obvio es la propiedad de los fondos de pensiones. Esto será muy ingrato para las izquierdas, pero más temprano que tarde deberán asumir los paradójicos efectos de su cruzada por los retiros de fondos previsionales. Es lo que quizá intuía el presidente Boric cuando promovió en la campaña previa al 4 de septiembre “que quede absolutamente claro que los fondos de pensiones son inexpropiables”.

Con todo, lo anterior tiene un alcance limitado, pues lo más relevante a la hora de dilucidar qué significa que la propuesta sea “hija de su tiempo” es precisamente recordar la gestación del monumental triunfo del Rechazo, condición de posibilidad del proceso actual. Basta revisar sus principales hitos, desde la irrupción de Amarillos y la posterior conformación de la centroizquierda por el Rechazo, pasando por la valiente abstención de Ricardo Lagos y la cuidada estrategia de las derechas. El factor clave fue la transversalidad de los vencedores y la estrechez ideológica del mundo del Apruebo.

Nada de esto debe ser olvidado. De modo creciente, Bachelet II, Piñera II y la fallida Convención sufrieron las consecuencias de sus respectivas borracheras electorales. Y, tal como enseñan 1989, 2005 y 2022, un cambio constitucional hoy exige acuerdos transversales. Es la mayor lección de nuestro tiempo.