Carta publicada el 17 de agosto en El Mercurio.

Señor Director:

Luego de ver horas de entrevistas e intervenciones del candidato presidencial argentino Javier Milei, he concluido que se trata de un demagogo de signo radicalmente opuesto a los demagogos que hoy gobiernan ese país.

No es un hombre de Estado, sino un indignado vociferante, cargado de ofertones de soluciones simplonas a problemas sumamente complejos. Quizás el mejor ejemplo es su propuesta de cerrar ministerios como Educación, Salud y Obras Públicas, reemplazándolos con nada. Ni hablar de su posicionamiento político de amigos y enemigos, condensado en la idea de que “a los zurdos de mierda no les puedes ceder ni un centímetro, no puedes conversar con ellos”. No es raro que alguien así haya acaparado el voto de protesta de argentinos cansados y enfurecidos con el régimen cleptocrático vigente en ese país. Pero igualmente no es para nada claro que ofrezca una alternativa viable a él.

En otras palabras, el triunfo de Milei me parece parte de otro capítulo desesperado y triste en la zozobra de Argentina, y no una luz de esperanza. Y, tal como señaló Cristián Warnken, es en extremo preocupante que los mismos sectores de derecha que solo ayer decían temer el populismo más que a la muerte, se lancen ahora a los pies de un demagogo de su propio signo. Lo que muestran con ello es un deseo de arbitrariedad y de venganza muy parecido al de la peor izquierda. Es decir, un resentimiento ciego: aquello de lo que siempre han acusado a sus adversarios.