Columna publicada el 3 de julio de 2023 en La Segunda.

Mañana se cumple un año desde el cierre de la fallida Convención Constitucional. La ceremonia —todo hay que decirlo— se caracterizó por cierta hipocresía: aquel lunes 4 de julio de 2022 se respetaron todas y cada una de las formalidades que el propio órgano pisoteó previamente. Influidas por la caída del Apruebo en las encuestas, las izquierdas intentaron mostrar aprecio por los mismos símbolos republicanos que antes desdeñaron.

Aunque ya era tarde para cambiar la imagen de “la constituyente ciudadana” —así solía describirla Jaime Bassa—, dicha ceremonia puede ser considerada un destello de lucidez de la Convención y sus defensores. Después de todo, la tónica fue siempre ignorar e incluso desacreditar las críticas, sin importar su transversalidad. Así, se habló de un “coro catastrofista”, y luego del plebiscito —contra toda evidencia— se atribuyó el fracaso electoral a las “noticias falsas” (Elisa Loncon y otros siguen hasta hoy en esa sintonía).

En términos simples, la sobriedad del cierre del órgano constituyente respondió principalmente a una (ineficaz) táctica electoral. En otras palabras, el mundo del Apruebo, y en particular Apruebo Dignidad, nunca se tomó demasiado en serio ni las objeciones a su desempeño ni su posterior castigo en las urnas.

En este sentido, sobresalen dos vacíos reflexivos, que persisten hasta hoy en vastos sectores de las izquierdas. El primero consiste en las nocivas consecuencias de las llamadas políticas de la identidad. Ya a comienzos de los noventa la visionaria intelectual norteamericana Jean Bethke Elshtain prevenía en su libro “La democracia puesta a prueba” (IES, traducción 2023) que, si “los ciudadanos comienzan a retribalizarse en grupos étnicos u otros grupos de ‘identidad fija’, la democracia tambalea”. Por lo demás, las izquierdas cuentan con diversos ejemplos a nivel global que sugieren algo así como un efecto boomerang de este tipo de agendas: el electorado suele castigarlas por su particularismo, elitismo o intolerancia, según el caso.

El segundo vacío reflexivo, aún más sorprendente, remite al olvido de las lecciones de la renovación socialista. Como recuerda Daniel Mansuy en su comentado libro “Salvador Allende: la izquierda chilena y la Unidad Popular”, la UP “federó en su contra a grupos muy diversos, los mismos que resultaba indispensable sumar para realizar transformaciones profundas y pacíficas”. Para explicar este cuadro, Mansuy rescata los trabajos de Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón —dos autores claves para la renovación—, y subraya dos factores principales: (i) el desconocimiento de las capas medias y (ii) el desprecio por la democracia y el Estado chileno que “tomó décadas construir”.

La historia no se repite, pero, definitivamente, a veces rima.