Columna publicada el 29.07.18 en La Tercera.

El Presidente nos ha invitado a “no quedarnos en la forma, sino ir al fondo” respecto a los dichos del ministro de Educación. Hagámosle caso.

Las palabras exactas de Varela son estas: “Es común escuchar grupos exigiendo que el Estado se haga responsable de problemas que son de todos nosotros. Todos los días recibo reclamos de gente que le arregle el techo de un colegio que tiene goteras o una sala de clases que tiene el piso malo y yo me pregunto: ¿por qué no hacen un bingo?, ¿por qué desde Santiago tengo que ir a arreglar el techo de un gimnasio? Son los riesgos del asistencialismo: la gente no se hace cargo de sus problemas, sino que quiere que el resto lo haga”.

Se ha informado que los dichos sobre el bingo y los techos no estaban en el discurso original, que Varela leía, sino que son su interpretación del texto. Por eso el ministro se disculpó alegando que había usado un mal ejemplo, pero que su mensaje era que “el Estado no se la puede solo”. Esta idea puede haber sido el espíritu del documento -es lo que muchos gobiernistas han buscado rescatar- pero su lectura apuntó hacia otro lado.

¿Desde dónde habla Varela? Algunos dirán que desde el principio de subsidiariedad. Sin embargo, resulta difícil interpretar un “arréglenselas solos, no sean flojos” como un ejemplo de colaboración habilitante entre los distintos niveles de organización social, que es aquello que el principio promueve. Varela, además, no parece valorar mucho los principios de la doctrina social cristiana, articulados en torno a la noción de “bien común”. Sus entrevistas y columnas dejan ver que él es un liberal económico y moral. Y desde ahí que habla.

¿Desde qué liberalismo? La cosmovisión que el ministro transmite es muy similar a la de “La rebelión de Atlas” de Ayn Rand, libro popular en algunos sectores empresariales. Ahí se describe un mundo donde sólo existen individuos y Estado. Y donde los flojos, envidiosos y perdedores esperan todo del Estado. Zánganos que quieren vivir de los emprendedores, titanes creadores de riqueza. Hasta que éstos últimos, aburridos del abuso, huyen hacia una tierra prometida del mérito y la libertad individual, donde no llegan mails de escuelitas con el techo roto.

En el discurso de Varela no parece haber sociedad civil ni bien común, sino héroes y zánganos. Una versión deslavada del mensaje nietzscheano, pero igualmente anticristiana y despectiva. Y el problema con esta visión es que, además de ser ajena al horizonte de compromiso social con que Chile Vamos ganó las elecciones, alimenta a su némesis. A los que quisieran aplastar al individuo bajo el peso de la “voluntad general”, no distinguen entre la Teletón y un bingo, y creen que el mercado es pura depravación egoísta.

En general, entonces, resulta bastante inexplicable que Varela, teniendo esa mirada, sea ministro de Educación. Y es muy probable que siga metiendo en problemas al gobierno cada vez que se salga del libreto. Pero los caminos de la meritocracia, como sabemos, son misteriosos.