Columna publicado el domingo 7 de mayo de 2023 en El Mercurio.

Esta tarde, al entregarse los cómputos de la elección de consejeros constitucionales, será necesario poner atención en varias cifras. Desde luego, la más importante será si acaso algún sector obtiene tres quintos del nuevo órgano y queda en condiciones de imponer sus términos. Será interesante observar también cómo quedan fijadas las correlaciones de fuerza en cada uno de los bloques, pues dicha correlación marcará el escenario de los próximos meses. Y habrá que poner atención en los niveles de participación y en la corrección por paridad que se aplicará al final de la jornada.

Sin perjuicio de lo anterior, hay un fenómeno que parece estar fuera de duda: el Partido Republicano crecerá significativamente en votos y representantes. De hecho, es posible que se convierta en el partido con mayor respaldo en el país. El segundo fenómeno fuera de duda es la previsible reacción de la izquierda ante ese resultado: se nos alertará, con ojos en blanco, respecto del peligro que representan el fascismo, la ultraderecha y la regresión autoritaria. Si se quiere, oiremos un discurso análogo al que se desplegó durante la campaña de segunda vuelta presidencial: José Antonio Kast y sus secuaces encarnan algo así como el mal radical. Esto podría parecer una exageración, pero baste recordar que la franja del Partido Liberal identificó al líder republicano con Adolf Hitler.

Sin embargo, la estrategia no dará los mismos resultados en esta ocasión, en parte porque las teclas se gastan de tanto usarlas (¿qué argumentos quedarán disponibles el día en que enfrentemos una amenaza realmente fascista?), y en parte porque el gobierno de Boric ha estado lejos de satisfacer las expectativas. Con todo, el problema es más profundo, y guarda relación con el uso y abuso de la indignación moral. Nietzsche decía que nadie miente más que un hombre indignado, y podríamos agregar que nadie comprende menos que un hombre indignado. Se trata de un registro condenado al fracaso, en la medida en que resulta imposible combatir aquello que no se comprende. La izquierda preferirá dar testimonio de sus buenos sentimientos antes que pensar radicalmente la nueva situación.

Esta curiosa ceguera —voluntariamente infligida— encuentra su origen en un motivo psicológico: interrogar las causas del auge republicano exige examinar críticamente el comportamiento de la izquierda en los últimos años. En efecto, el éxito de una “derecha sin complejos” es la respuesta casi mecánica al surgimiento de la “izquierda sin complejos” inaugurada por el Frente Amplio. Para decirlo en simple, los grandes responsables —si cabe hablar así— de que la UDI parezca hoy un partido de centro son aquellos que eligieron polarizar, destituir y tensarlo todo al máximo. Los idealistas soñaron con la revolución sin advertir que tras ella siempre adviene la contrarrevolución, salvo que se siga una táctica estrictamente leninista. Nuestros aprendices de brujo alimentaron una dinámica que nunca supieron cómo conducir ni controlar. ¿Qué se podía esperar después de avalar la violencia, del deterioro de nuestros centros urbanos y de la defensa de una migración descontrolada que afecta a los sectores populares? ¿Qué tan misteriosa puede ser la secuencia luego de una borrachera ideológica de esa naturaleza? ¿Qué tan frívola puede ser la formación de los cuadros de izquierda que permitió que sus principales dirigentes se subieran a un carro sin prever sus consecuencias más evidentes? Hoy en la noche, la izquierda pondrá cara de espanto y fingirá la más profunda de las indignaciones, pero será difícil creerles si no asumen sus propias responsabilidades en el proceso.

Desde luego, nada de lo señalado implica negar que el mundo republicano está plagado de dificultades. Por de pronto, no sabemos qué papel jugarán sus consejeros en el itinerario constitucional, si entrarán a colaborar o a protestar. Por lo mismo, no es claro si hay en ellos auténtica vocación de gobierno, o si se conformarán con ser una fuerza de resistencia que mira el mundo desde una óptica maniquea. Tampoco han elaborado un diagnóstico para intentar dar cuenta del malestar que enfrenta Chile hace ya varios años (aunque debe decirse que este es un rasgo común a todos los sectores). Por lo demás, todo indica que en cada uno de estos temas hay una división interna que inevitablemente atentará contra la eficacia y disciplina del mundo republicano.

No obstante, ninguna de las dificultades mencionadas puede explicarse sin atender a la izquierda, y en particular al Frente Amplio: ese es el hecho central. En definitiva, el nudo de nuestra coyuntura es la percepción que tiene de sí misma la generación que emergió a la vida pública el año 2011, y que nos impide avanzar en cualquier dirección. Dado que no son responsables de nada, dado que no han cometido errores, dado que la culpa de los males que afligen al país solo corresponde a otros, pueden permitirse el lujo de seguir comportándose como perfectos inocentes. A ellos, todo les resulta ajeno. Sin embargo, cada día será un poco más difícil disimular que el Partido Republicano es el hijo no reconocido de la nueva izquierda.