Columna publicada en La Segunda, 16.05.2016

Giorgio Jackson me parecía bastante insoportable cuando era dirigente estudiantil. Tenía esa parada “buenista” y a la vez ególatra y farandulera de personajes como el cura Berríos. Esa capacidad para estar siempre livianamente en la cresta de la ola de lo políticamente correcto y alejarse de cualquier problema que requiera pararle los carros al propio bando. Y, finalmente esa sensación de superioridad moral e intelectual tan propia de un gran sector de la izquierda chilena que los hace sentirse por sobre el bien y el mal, y exentos de la necesidad de fundamentar sus juicios en el debate público. Pero desde el 2011 Chile cambió, y me parece que también lo hizo Jackson.

 El perfil de Giorgio ha cultivado como parlamentario no se sostiene en llamar la atención en base al ruido y la challa. Tiene un equipo asesor de primer nivel y el trabajo que desarrolla es serio. Ni siquiera se dio el lujo de diferenciarse mediante la ropa del resto de los “honorables” (creo que la doble comilla no existe). Se nota, en sus actos, que carga con la responsabilidad de contribuir a la consolidación de su partido, Revolución Democrática, y que lo hace sabiendo que dicha orgánica no existe en función de su éxito personal, sino al revés. Y parece que, por suerte, ha metido más libros en su mochila que los de Atria. Así, en suma, su liderazgo se ha vuelto más sobrio y responsable. Y ha debido asumir los costos que ello le ha traído con el mundo de izquierda que piensa el país desde la política universitaria.

 Una de las grandes gracias de Jackson es que su gracia depende cada vez en menor medida de él mismo. Su partido, Revolución Democrática, es extremadamente elitista, lo que explica sus problemas para consolidarse en tanto tal. Sin embargo, ese elitismo me gusta y me parece bien orientado. Han logrado irse perfilando como vanguardia intelectual y política dentro de la centroizquierda, captar a los cuadros mejor capacitados de las universidades y construir un aparato cultural envidiable. Son un nuevo MAPU, sin el delirio revolucionario que marcó el inicio del MAPU original. Tienen esa mezcla de los mejores de la católica con los mejores de la Chile que sólo puede salir bien. Sólo les falta consolidar sus cuadros técnicos e incursionar más en medidas de políticas públicas, para lo que sería útil que generaran algún equivalente de CIEPLAN. Y aunque no lograran ser un partido, podrían acumular más poder como grupo que la mayoría de los partidos. Además, el perfil de independencia política que cultivan, y que es muy valorado, se sostiene justamente en sus privilegios. No depender ni temer el poder de otros siempre ha sido un privilegio señorial.

 Por todo esto, no es raro que Giorgio Jackson, como actual cara más visible de este movimiento, sea tan valorado y reconocido por personas de todo el espectro político.

Ver columna en La Segunda