Columna publicada el 19.06.18 en La Segunda.

No es fácil evaluar los primeros 100 días del gobierno. Sin duda hay aspectos positivos, como la decisión de enfrentar desafíos pendientes –el mejor ejemplo es migración– y la reivindicación del diálogo y los acuerdos. Pero aquí ya asoman las interrogantes. Tal reivindicación es saludable comparada con la “retroexcavadora”, pero gobernar exige articular consensos a partir de una visión de país e intentar orientar sus destinos hacia algún lugar. De lo contrario, no hay hilo conductor ni prioridades claras, y el llamado a los acuerdos termina siendo un gradualismo sin contenido propio.

Y precisamente hacia allá, mal que nos pese, pareciera encaminarse el segundo mandato de Sebastián Piñera.

Una señal elocuente es su aproximación a la contingencia. Ya sean los portonazos, las dietas parlamentarias o la polémica con Uber, la tónica es siempre la misma: reaccionar lo más rápido posible. A veces esto funciona –ante la ola feminista hay números azules hasta ahora–, pero ese modo de proceder impide considerar las diversas variables en juego (comenzando por el trabajo con los partidos oficialistas). Es obvio que Piñera y su gabinete deben atender a la coyuntura para procesar en forma adecuada las señales y demandas ciudadanas. Ahí, sin embargo, la palabra clave es “procesar”: los anhelos de la población son múltiples, fluctuantes e incluso irreconciliables. De ahí que sin mediación política se vuelva inviable gobernar.

Con todo, quizás lo más inquietante ha sido el abrupto cambio de discurso de La Moneda ante los temas difíciles. Si antes se afirmó una y otra vez que la gratuidad universitaria era una política injusta e ineficiente, ahora se favorecen proyectos que la expanden. Si en la campaña presidencial el cambio de sexo en menores de edad desconocía toda la evidencia disponible, ahora se impulsa desde los 14 años mediante indicación del Ejecutivo. Si antes se criticó el aumento de la burocracia estatal, ahora se celebra con bombos y platillos la creación de nuevos ministerios. Si en la misma campaña se reiteró que la adopción debía apuntar a contar con un padre y una madre tanto como fuera posible, ahora se elimina el orden de prelación para dar expresa cabida a la adopción homoparental. Y si hasta ayer se defendió con ahínco la provisión mixta de los servicios públicos, ahora se guarda riguroso silencio ante un dictamen de Contraloría que bien podría haber escrito un autor de “El otro modelo”.

Todo esto tensiona a Chile Vamos e invisibiliza el prometido sello social del gobierno (¿dónde está el programa de clase media protegida, dónde la real prioridad del Sename?). Antes que complacerse con las cifras de Cadem o incorporar un partido disuelto por el Servel, urge tomar en serio este cuadro.