Columna publicada el jueves 20 de abril de 2023 en CNN Chile.

Cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro, con el objetivo de fomentar la
cultura literaria y proteger a su vez la propiedad intelectual de los autores. Se escogió ese
día para  conmemorar a grandes escritores que nacieron o murieron en esa
fecha, como Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega. Muchos países hacen
extensiva la celebración a todo el mes, organizando actividades y eventos como ferias de
libros, talleres de escritura, encuentros con autores y cuentacuentos, entre otros.

Esta conmemoración es una oportunidad para recordar lo fundamental que es la lectura
en nuestra vida. Entre los múltiples beneficios que supone esta actividad podemos
mencionar que ejercita nuestro cerebro, estimulando la atención y la concentración
(y ayudando así a prevenir enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer).
Fomenta asimismo el aprendizaje, mejora la escritura y amplía nuestro vocabulario. A
través de la lectura podemos sumergirnos en mundos imaginarios, conocer diferentes
culturas, formas de vida y personajes, que quizá nunca conoceríamos de otra manera.
Leer entretiene, relaja y reduce el estrés, aliviando tensiones y preocupaciones cotidianas.
Pero junto con las razones más bien utilitarias que se suelen enumerar, hay aquí
algo involucrado en esta práctica que resulta valioso en sí: leer, al igual que hablar y
comunicarnos, es un elemento central de nuestra existencia, pues nos permite salir de
nosotros mismos y entrar en contacto con la comunidad.

En nuestro país, sin embargo, o no leemos o no entendemos lo que leemos. Un estudio
sobre habilidades lectoras realizado por la académica Carolina Melo, de la Universidad de
los Andes, arrojó la dramática cifra de que el 96% de los estudiantes de 1° básico no
conocen las letras del alfabeto. Dicho de otro modo, no son capaces de leer ninguno de
los libros o textos indicados para su edad. El estudio también mostró que las mujeres
tienen un mejor desempeño en comprensión de lectura que los hombres en los primeros
cuatro años de la escuela primaria, y que los niños entre siete y ocho años no están
decodificando las palabras. Además, el vocabulario de los alumnos de kínder ha
disminuido significativamente. Para Melo, los resultados son tremendamente
preocupantes, pues si antes de la pandemia los estudiantes ya tenían un nivel de
comprensión lectora muy bajo, este disminuyó aún más. “No obstante, no podemos
esperar mejorar la comprensión lectora si no saben leer. Tenemos que partir por ahí”,
explicó la investigadora.

Alarmados por la evidencia de brechas y disparidades en la alfabetización, un grupo de
instituciones lanzó en diciembre pasado la campaña “Por un Chile que Lee”. Se trata de
una alianza público-privada que busca promover la lectura comprensiva en niños y
adolescentes, con el objeto de solucionar la profunda crisis detectada en el aprendizaje de
la lectura. En el segundo encuentro de la red, en marzo de este año, el Ministro de
Educación, Marco Antonio Ávila, enfatizó que la reactivación educativa es una prioridad
del gobierno y que la red se convierte en una herramienta poderosa para la colaboración,
buscando asegurar que ningún niño se quede atrás. Entre las iniciativas propulsadas por el

Ministerio, llama la atención las expectativas que genera el programa compuesto por
cinco ejes: diagnóstico de reactivación, recursos de reactivación, despliegue de 20 mil
tutores por todo el país, acompañamiento prioritario a 244 establecimientos más una
campaña de motivación y fomento lector.

La iniciativa sin duda es destacable, pero vale la pena preguntarse por la factibilidad de
ejecutarla teniendo en cuenta el panorama nacional y, sobre todo, cuán prioritaria son
para su gobierno este tipo de agendas (“necesitamos una alfabetización en sexualidad”).
La complejidad de la realidad educativa en Chile, en comparación con el anhelo del
Ejecutivo por implementar grandes mejoras en un plazo acotado, nos lleva a pensar
que, en el caso del ministro Ávila, solo se trata de una declaración de buenas intenciones.

Lo cierto, sin embargo, es que al país le faltan más lectores que libros. Pues si el problema
fuera simplemente la falta de libros, podríamos implementar políticas para promover la
venta y distribución de ejemplares y solucionarlo. Sin embargo, la situación es mucho más
grave debido a la falta de educación temprana, lo que lleva a que los niños no
comprendan lo que leen, incluso si tienen acceso a recursos educativos. En este dilema,
estamos en desventaja frente a la atracción que ejercen las pantallas y las nuevas
tecnologías. El desafío que tenemos por delante no es menor.