Columna publicada el martes 3 de enero de 2022 por La Tercera.

Gabriel Boric Font acaba de atar con un nudo ciego su trayectoria vital con la de un grupo de delincuentes condenados por actos en extremo violentos. Lo hizo utilizando una facultad de indulto que se remonta a reyes y emperadores y, por lo tanto, a una lógica del poder que involucra por completo a la persona del mandatario. Luego, estamos frente a un acto que gravita directamente en su conciencia. Ése es el factor, se supone, que garantiza un uso responsable de esta atribución presidencial: el hecho de que esta es una decisión a la vez política y personal. Son sus manos en el fuego. Por lo mismo, la institución ha sido históricamente utilizada para liberar enfermos terminales y ancianos en las últimas. Actos de clemencia por casi todos entendibles, que además revisten un bajísimo nivel de riesgo personal para quien indulta: no ha sido noticia, hasta ahora, que alguno de aquellos delincuentes liberados vuelva a la vida criminal. Y es que, dada la condición en que son liberados, probablemente no podrían ni aunque quisieran. Eso es lo que hace tan pobre la minuta pobre sobre los indultados de Piñera: un octogenario con alzhéimer condenado por violar derechos humanos no representa, a pesar de lo terrible e inhumano de los actos que conducen a su condena, riesgos objetivos relevantes. Lo único moralmente peligroso es seguir pretendiendo castigar el cuerpo de alguien que ya no recuerda ni quién es. Y Piñera jamás cometió la brutalidad de decir que él creía que esos crimínales fueran inocentes.

Pero el Presidente Boric lo va a cambiar todo, todo lo va a cambiar. En vez de indultar presos con perfiles actuales de bajo o nulo riesgo, se la juega por dejar libres a personas jóvenes condenadas por cometer actos brutales hace poco tiempo. Actos por los que, a juzgar por las declaraciones de algunos de los liberados, no sienten arrepentimiento alguno. La feble excusa del Mandatario es que habría sido el contexto el culpable de dichos actos. Contexto que, al parecer, sigue en control de sus conciencias. Pero Boric pone cara del Cura de “Los Miserables” y decide liberar igual a estos Juanes Valjeanes, que en vez de romper vitrinas para robar pan optaron por cosas más modernas como atropellar detectives de la PDI en medio de saqueos e incendios varios.

Curiosamente, esto también contribuiría, de acuerdo a los minuteros de La Moneda, a la paz social. Nadie ha logrado explicar muy bien el eslogan, porque a primera vista la impunidad por actos violentos parecería más un incentivo a la violencia que a la paz. También se podría pensar que aumentar el número total de personas libres con perfiles violentos aumenta proporcionalmente la posibilidad de hechos violentos. Sin embargo, en ese plano sutil, virtual y europeo del simbolismo progresista ocurren maravillosas alquimias. Histórico. Namaste. Habrá que ver qué pasa luego en los alrededores de Plaza Italia.

La verdad, más pueril, es que Boric le prometió a su base octubrista, los amigos del fuego que todo lo van a encontrar igual insuficiente, una ley de indulto a “los presos de la revuelta” y como no pudo cumplir por la impersonal vía legislativa tuvo que hacerlo personalmente. Sin embargo, el Presidente no parece entender muy bien la importante distancia que hay entre cumplir esa promesa sacando adelante una ley avalada por representantes democráticos miembros de partidos políticos y el uso de una facultad personal como el indulto presidencial. Por lo mismo, puede ser bueno recordársela.

Hasta ahora, Gabriel Boric ha ascendido, al igual que muchos otros políticos con buena estrella, traspasando las externalidades negativas de sus actos, luchas y causas a terceros. Esto ocurre porque, en tanto representante de tal o cual causa o movimiento, su responsabilidad se disuelve –hasta cierto punto- en las de los representados. La situación de la educación en Chile no ha mejorado un ápice, sino lo contrario, gracias a las políticas que pandereteó el movimiento estudiantil liderado por Boric, Vallejo y Jackson, y que luego ejecutó Michelle Bachelet en su segundo gobierno con el MINEDUC intervenido por los jóvenes idealistas de valores diferentes. Sin embargo, ellos siempre podrán decir que así es el juego democrático. Que no era exactamente lo que querían. O que, parafraseando a Von Baer, simplemente “prestaron la cuerpa” para representar una causa que era más grande que ellos mismos, y que no podían controlar a voluntad.

Pero el caso de estos indultos es distinto. Aquí es Gabriel Boric, hablando desde su propia conciencia y ejerciendo una facultad que no está obligado a usar, afirmando que él tiene la convicción personal de que estos delincuentes no son delincuentes (supongo que refiriéndose a que no son personas dedicadas a la delincuencia, sino que gente honesta arrastrada por las circunstancias, aunque esto se enreda más con su crítica de fondo al poder judicial en el proceso de Mateluna). Esta no es una política de Estado, es un acto de gracia personal. Y, por lo mismo, si cualquiera de estos personajes el día de mañana vuelve a ser atrapado en actividades criminales, será inevitable que la persona del Presidente quede manchada por esos actos. Él ha puesto sus manos al fuego por ellos. Y esas manos se pueden quemar. La carta de la Corte Suprema es una primera flama lacerante.

Como todo político, el Presidente Boric ha dicho que asume plena responsabilidad por lo que ha decidido hacer. Es una muletilla. Pero esta vez es verdad. Si hay nuevas víctimas, si hay nuevos incendios, atropellos, saqueos, desmanes e intentos de homicidio que involucren a sus liberados, Gabriel Boric no va a poder ocultar su cara detrás de partidos, programas, minutas ni votaciones parlamentarias. Ojalá entienda, entonces, lo que asumir plena responsabilidad significa en este caso. Yo, la verdad, lo dudo mucho.