Columna publicada el domingo 29 de octubre de 2023 por La Tercera.

El vínculo entre las grandes competencias deportivas y la democracia se remonta a la Grecia arcaica. Entre los siglos VIII y VII a.C. emergen distintas unidades políticas dominadas por aristocracias locales. Estas aristocracias, al consolidarse, comienzan a relacionarse y casarse entre ellas, cultivando una identidad común cosmopolita. En ese contexto es que nacen las competencias públicas, como eventos en que la clase privilegiada de distintas ciudades se reunía a demostrar su destreza, socializar, intercambiar regalos y celebrar acuerdos. Sin embargo, a partir del siglo VI a.C. esta identidad aristocrática es desafiada por ideologías locales de clase media que promueve una comunidad de iguales entre todos los hombres de la polis. En ese mismo siglo el malestar y el conflicto de clases conducirá, en Atenas, a las reformas de Solón, que perdonan deudas y devuelven la libertad a los griegos esclavizados por ese motivo, prohibiendo en adelante que cualquier ciudadano cayera en esa condición. Al mismo tiempo, el carácter de clase de los grandes eventos deportivos es reemplazado por la identidad nacional: los aristócratas locales compiten ahora en nombre de sus ciudades.

Finalmente, el avance de la democracia instauraría un filtro meritocrático para participar en las competencias, incluyendo los juegos panhelénicos llevados a cabo en Olimpia: los representantes de cada polis serían los mejores entre sus ciudadanos. Y esta masificación del deporte, a su vez, conduciría también a su profesionalización. La maratón, una de las máximas competencias de los Juegos Olímpicos modernos (en la que Chile ostenta una medalla de plata obtenida por Manuel Plaza en 1928), rinde tributo a una de los mayores logros de la Atenas democrática: el triunfo contra los persas gracias al esfuerzo y la disciplina de los ciudadanos autogobernados, cuyo espíritu encarna el célebre Filípides.

La historia de las olimpiadas modernas, finalmente, es también un relato de democratización. Esto, porque originalmente, en 1894, se prohibió la participación en ella de atletas profesionales. El Barón Pierre de Coubertin, padre del evento, admiraba y quería replicar el supuesto espíritu nobiliario, amateur y no lucrativo de los juegos olímpicos arcaicos. Esta prohibición permaneció en vigencia hasta los años 80, y llevó a una serie de injusticias, farsas y distorsiones en las competencias. Hoy ellas se rigen, tal como en la Grecia antigua que Coubertin consideraba decadente, por un ánimo profesional, lucrativo y democrático (con sus vicios propios).

Hoy, cuando los Juegos Panamericanos llevados a cabo en Chile cautivan nuestra atención, es un buen momento para reflexionar sobre las lecciones que nos ofrecen más allá de lo deportivo. Y es que el tema de la legitimidad del mérito como asignador de estatus social atraviesa nuestras más amargas disputas de los últimos 20 años. ¿Por qué lo que todos admiramos en el deporte moderno –la selección en base a mérito y la premiación del esfuerzo individual- es rechazado por tantos como principio organizador de nuestro sistema educativo?

Una característica fundamental de la Nueva Izquierda que nos gobierna es su carácter aristocrático y antimeritocrático. Estos ideales, que configuraron las reformas de Bachelet II, se parecen muchos a los del Barón de Coubertin: se desea un ámbito educacional liberado de la ambición económica (lucro), la competencia total y la lógica meritocrática. Esta posición refleja la propia convicción de buena parte del Frente Amplio de ser portadores de una moral y una capacidad intelectual superior, que les otorga un derecho a tutelar al resto.

Sin embargo, al entrar en contacto con la realidad, estos ideales se han mostrado destructivos. La caída de los liceos emblemáticos, que ya no llenan ni sus cupos, la huída desesperada hacia los colegios particulares subvencionados, el analfabetismo funcional sostenido y la sobreoferta de credenciales universitarias de dudoso valor cierran una década que parece perdida en el ámbito educacional. El desastre educativo en Atacama, que se desarrolla en paralelo a los Juegos Panamericanos, nos interroga necesariamente sobre la validez de los principios que lo impulsan.