Columna publicada el lunes 4 de julio de 2022 por La Segunda.

“Hubo arrogancia, soberbia, infantilismo”. Con esas palabras Andrés Cruz, convencional del colectivo PS, resumía hace pocos días la actitud “maximalista e intolerante” que caracterizó a muchos constituyentes. Cruz no exagera: fueron muchas y muy diversas las señales de alerta ignoradas. Los ejemplos sobran.

El 2 de julio de 2021, The Clinic publicó un lúcido editorial donde advertía sobre la errónea “creencia de contar con una fuente segura de legitimidad”, subrayando la necesidad de tener “modestia de cara a los ciudadanos”. Muchos, demasiados convencionistas, jamás cultivaron esa virtud.

En la sesión inaugural del órgano constituyente, la secretaria del Tricel, Carmen Gloria Valladares, transmitió —simplemente con su conducta— el tipo de comportamiento que exigen las labores de Estado. Fue la antítesis de los gritos escuchados en esa jornada y en tantas otras ocasiones, incluyendo el lamentable “el pueblo unido avanza sin partidos” del martes pasado.

Ya en el debate sobre el reglamento, distintos convencionales sobre todo de centroderecha levantaron la voz ante una decisión tan temprana como sintomática: omitir del catálogo preliminar de derechos fundamentales algo tan básico como el derecho preferente de los padres para educar a sus hijos (nunca sería incorporado en esos términos).

En noviembre vino el mayor signo de alerta: el pueblo habló en las urnas, y no precisamente en el sentido al que apuntaba “la constituyente ciudadana” (sic), como solía llamarla un orgulloso Jaime Bassa. Gabriel Boric perdió la primera vuelta presidencial ante JAK y se eligió al Congreso Nacional más empatado desde la restauración democrática. ¿Cómo ignorar esta votación?

Sin embargo, la sordera continuó. Así, a comienzos de febrero, Lorena Penjean renunció a la dirección de la secretaría de comunicaciones de la Convención, con palabras que hoy parecen premonitorias: “el proceso es tan importante como el resultado, sino basta con recordar la experiencia colombiana y el Brexit”. 

Luego vinieron las votaciones plenarias, la caída en las encuestas, y las voces críticas se multiplicaron tanto en número como en transversalidad. Quizá el caso más destacado fue Ricardo Lagos. En abril, el expresidente planteó que era “indispensable hacer un cambio” en materia de plurinacionalidad, eliminación del Senado y sistemas de justicia, entre varios otros problemas. 

Pero poco y nada cambió. Porque ante esas y otras advertencias, la tónica de las respuestas de Atria, Baradit, Politzer y compañía fue siempre igual: que era un “coro catastrofista”, o la “derecha radical”, o “fake news”, y así. No deja de impresionar cuán sorda fue la Convención; la misma instancia que se jactaba de ser la más democrática de nuestra historia. Triste paradoja.