Columna publicada el domingo 6 de febrero de 2022 por La Tercera.

Un relato sobre la pertenencia, sobre cómo saberse parte de algo es lo único que vale la pena narrar. De eso se trata Feria, el libro de la periodista española Ana Iris Simón, la misma que en sus columnas en El País enfrenta a una izquierda progresista empeñada en afirmar la liberación futura, en lugar de volcarse a cuidar la herencia de la gente común. Esa es su lucha y la expresa en un libro en que al mismo tiempo que relata su historia, despliega duras críticas a una cultura que se ha ido quedando vacía. Su esperanza es recuperar el sentido volviendo a las raíces –la casa, la familia, la tierra que te vio nacer– despreciadas por un tiempo que, alejado de lo trascendente, “mira sin ver”.

El de Simón es un libro sencillo. Una autobiografía que cuenta la vida de una nieta de feriantes y campesinos de La Mancha que, desde pequeña, experimenta la ambivalencia de habitar un mundo rico y sabio que, sin embargo, no calza con los parámetros y expectativas dominantes. Un mundo que parece estar desapareciendo frente a un progreso que le gustaría que alguien, de una vez, se dignara a definir. Porque si tantas cosas se hacen –y desechan– en su nombre, más valdría saber qué se gana con él. El libro avanza así entre la descripción de la cotidianidad de su clan y el relato de su propio crecimiento, que es una toma de consciencia. Si de pequeña la intuición de los estigmas sobre su cultura (gitanos y pobres) la hacía añorar las promesas modernas (el nuevo supermercado, Madrid o los puestos chinos), de adulta descubre que su vocación consiste en relatar la memoria de su familia y su costumbre. Ese es su acto de resistencia: al ideal de un futuro emancipado, ella opone la memoria y el pasado de un linaje en el cual se refleja la historia de un pueblo, de España y, finalmente, de la sociedad contemporánea. 

En este libro el pasado no se reduce a un depósito de vestigios superados, sino que se alza como horizonte de referencias para tomar distancia frente a un presente ciego a sus propias miserias. Porque nuestra generación, satisfecha con su supuesta autonomía, no ve que ha reemplazado los viejos imperativos por otros igual de fuertes. Y así, mientras relata la historia de su abuelo Vicente, nos interpela por asumir que está bien no tener niños, por pensar que no tener propiedad a los 30 es una ganancia porque más vale no aferrarse a nada, por creer que las relaciones amorosas no son más que instancia de dominación, por rechazar aquello que no hemos elegido y que no se puede modificar a voluntad. Y es que, como habla en algún momento con sus amigas, la vida es también lo que se impone y asumirlo libera, reconcilia. Por eso la tarea consiste no tanto en rebelarse contra todo, como en aprender a lidiar con ello y valorarlo, pues es lo que somos. 

Feria ha causado furor en varios lados. Pero ¿cómo es que una historia individual se vuelve interesante para otros? Puede que Simón toque una carencia fundamental de nuestro tiempo: la de pertenecer a algo más grande que nos contiene y sobrepasa. Una añoranza que, por ausente, se ha vuelto más fuerte que nunca. Porque este tiempo obsesionado por emanciparse se ha quedado sin criterios de referencia, pues asumimos que debían ser superados. Y en ese dilema estamos. Incluso nosotros, chilenos que, a kilómetros de distancia, experimentamos a diario la búsqueda ciega por avanzar, dejar atrás el pasado, incapaces de valorar nuestra herencia y de volcar nuestros esfuerzos al cuidado de lo que recibimos, en lugar de construir una promesa futura y abstracta, que nadie hasta ahora ha logrado definir.