Columna publicada el lunes 20 de diciembre de 2021 por La Segunda.

Gabriel Boric es el Presidente electo más joven y más votado de nuestra historia. La pregunta relevante es cómo llegó a serlo. Porque entre los masivos festejos de sus adherentes, nuestro impecable sistema electoral y los excesos de entusiasmo de Izkia Siches —pasamos del “arte” del viernes a la denuncia de una “operación” ayer—, es fácil olvidar el hecho político más significativo del balotaje. Me refiero a la abrupta e intempestiva reivindicación, en apenas 30 días, de los vilipendiados 30 años.

El “Boric histórico” siempre fue hábil, al punto que transitó en apenas un par de años desde la Fech al Congreso Nacional. Pero en el país del estallido social, el desfonde piñerista y el proceso constituyente, el diputado por Magallanes perdió la primera vuelta con José Antonio Kast. Para entrar a La Moneda el exdirigente estudiantil tuvo que modificar sus énfasis, su discurso y hasta su apariencia. Atrás quedaron los presos de la revuelta y las diatribas al rodeo y a Patricio Aylwin. Ese Boric 1.0, más cercano a Daniel Jadue que a la ex Concertación, no alcanzaba ni siquiera el 30% de los votos.

La paradoja, entonces, es manifiesta. En principio, el triunfo de Boric consolida una nueva generación que desplaza a los viejos tercios de centroizquierda, que se entregaron acríticamente a su candidatura. No obstante, el nuevo Presidente electo adquirió tal calidad prometiendo cambios en paz, con responsabilidad fiscal y esbozando una coalición diversa. Es decir, emulando los atributos de la misma centroizquierda que tanto se denostó en su minuto.

El fenómeno tiene una explicación de índole sociológica, incómoda para la nueva izquierda: sí eran 30 pesos y no necesariamente 30 años. Así lo sugieren, por ejemplo, los resultados del proyecto “Tenemos que hablar de Chile”. En concreto, esto quiere decir que el malestar es real, pero no supone una lectura unívoca ni menos refundacional acerca del Chile posdictadura. Se trata, más bien, de una reacción frente a la fragilidad y precariedad de la vida cotidiana; una aspiración de mayor seguridad en los distintos ámbitos de la existencia. Y durante los últimos meses, mientras crecía el hastío con la violencia, se fue haciendo patente que ese anhelo por más certeza y estabilidad tiene componentes de protección social, pero también de seguridad en el sentido tradicional del término.

El círculo de Boric pareció acusar recibo de todo esto: de ahí su cambio radical en las últimas semanas. La interrogante —que el discurso inaugural no logró dilucidar— es si esta modificación fue únicamente una táctica electoral. Habrá que ver su gabinete, sus prioridades y sus gestos. Como dijo con tono bíblico el expresidente Lagos, “por sus obras los conoceréis”.