Columna publicada el domingo 24 de enero de 2021 por El Mercurio.

Todo indica que el ministro de Hacienda, Ignacio Briones, ha decidido sumarse al nutrido elenco de candidatos presidenciales que competirán en la primaria de la derecha. Se trata de una decisión sorpresiva, y reveladora de algunos problemas difíciles de soslayar, tanto en Evópoli como en el gobierno. Por un lado, el proyecto de la colectividad se ha desdibujado con el paso del tiempo; y, por otro lado, se vuelve a hacer patente la fragilidad del Ejecutivo.

La primera señal extraña fue el modo de anunciar la noticia. De hecho, el encargado de hacerlo fue el senador Felipe Kast, en la misma entrevista en la que notificó no estar disponible. Así, ambas decisiones quedaron entrelazadas, como si una fuera consecuencia necesaria de la otra. Con todo, y por más que el senador haya querido disimularlo, todo esto arranca de un dato previo: Felipe Kast —fundador y líder natural de Evópoli— no ha logrado crecer ni ampliar su base. En virtud de lo anterior, no se encuentra en situación de mejorar el resultado que obtuvo cuatro años atrás. Surge entonces una interrogante: ¿por qué motivos se ha estrechado el espacio político que represente el senador Kast?

Desde luego, Evópoli ha sido presa de sus propias contradicciones. Por de pronto, no ha logrado dar con un proyecto político capaz de ofrecer una auténtica renovación. El liberalismo que pregonan sus líderes es tan relevante como insuficiente a la hora de articular un discurso consistente. Por lo mismo, nunca ha quedado del todo claro en qué se diferencian de los otros partidos de derecha, más allá del recambio generacional. La salida de la senadora Aravena hace algunos años mostró también que las legítimas diferencias internas no se han manejado bien. Como si todo esto fuera poco, el pacto con los republicanos dejó al partido en una posición muy incómoda, por cuanto resulta difícil explicar que la renovación de la derecha pasa por sumar votos con José Antonio Kast. Hasta ahora, sus dirigentes no han ofrecido ninguna explicación plausible de la decisión.

Sin perjuicio de lo anterior, debe admitirse que hay un factor adicional que erosionó al joven partido: tras el 18 de octubre, dos de sus principales dirigentes se hicieron cargo de ministerios altamente sensibles. El modo en que Gonzalo Blumel e Ignacio Briones asumieron sus responsabilidades solo habla bien de ellos y de su patriotismo, por más que uno pueda discrepar de tal o cual decisión. Tomaron una carga pesada —que no era de ellos, sino de sus mayores—, e hicieron todo lo que pudieron en circunstancias muy difíciles. No obstante, puede pensarse que Evópoli no había alcanzado aún la madurez necesaria para llevar esa mochila. Así, la colectividad que quería ofrecer aire fresco terminó convertida en el riñón más íntimo del piñerismo (servicio que el primer mandatario no debería olvidar jamás). Evópoli pagó costos por poner el hombro cuando había que hacerlo.

La paradoja es que la candidatura Briones puede terminar relativizando parte de ese mérito. Es raro que un ministro de Hacienda renuncie en el contexto actual, sabiendo que lleva poco más de un año en el cargo. Guste o no, la cartera de Hacienda constituye una pieza fundamental de los equilibrios políticos y económicos —sin ir más lejos, es posible que la reforma de pensiones quede trunca otra vez—. Además, al candidato Briones le será virtualmente imposible tomar distancia del gobierno, cuestión imprescindible para quien tenga aspiraciones de éxito. Lo más probable es, entonces, que Briones quede atrapado en un conflicto de lealtades imposible de resolver. Dicho de otro modo, no es seguro que el actual ministro de Hacienda sea la mejor alternativa para levantar un partido alicaído: a su campaña le será difícil encontrar un espacio, y la debilidad del gobierno ha quedado a la vista de todos.

Así, el Ejecutivo tendrá que enfrentar en los próximos días el tercer cambio de gabinete en pocas semanas. En diciembre salió Mario Desbordes y, a principios de enero, dieron un paso al costado Cristián Monckeberg y Antonio Walker. El gobierno no quiso —o no pudo— fijar una regla clara para quienes quisieran cambiarse de cancha, y se ve expuesto a un goteo que mina irreversiblemente su autoridad. Por lo demás, el perfil de Briones es especialmente difícil de reemplazar: no abundan en el sector los economistas competentes con una mirada amplia de la realidad. Pero los problemas no acaban acá: ¿volverán a salir ministros para reforzar las campañas cuando los candidatos estén en dificultades? ¿No se debilita en exceso el equipo político con la salida de dos de sus miembros, sabiendo que al ministro del Interior no parece complicarle estar sumido en la irrelevancia? Aunque es evidente que el tiempo se acorta y que las contiendas electorales tenderán a absorber la agenda, el gobierno tiene enormes desafíos en los próximos meses: vacunación masiva, una seguidilla de elecciones, problemas de orden público, y la lista podría seguir. Para sacar adelante esas tareas, se requerirán dosis elevadas de talento, mucha muñeca política y contrapesos internos al primer mandatario. En otras palabras, la salida de Ignacio Briones corre el riesgo de dejar al primer mandatario solo. Más solo que nunca.