Columna publicada el sábado 10 de octubre de 2020 por La Tercera.

El desenlace judicial del caso “cascadas” resultó abiertamente injusto. Julio Ponce Lerou deberá pagar una multa irrisoria en relación al dinero mal habido. La Corte Suprema se vio obligada a dictar sentencia en tal sentido, una vez que el Tribunal Constitucional impidió, arguyendo “desproporción”, la aplicación de una norma que habría permitido una multa superior, aunque todavía muy por debajo de la ganancia ilícita. Esto refuerza la sensación de que vivimos en un país donde quienes tienen suficiente dinero están por sobre la ley. Donde hay un poder privado que hace sus propias reglas.

El caso de Ponce retrata bien dicha noción. Es uno de los hombres más poderosos de Chile, pero no tiene vida pública. Su existencia se despliega en total opacidad. Su ser es privado, como meteco en su propia tierra. Sus relaciones con los actores públicos son mediadas por terceros y estrictamente instrumentales. Y de ellas se deducen intereses, no posiciones valóricas ni políticas. Solo negocios. Es un anticiudadano. Un polizón VIP del orden establecido.

El exyerno del dictador devenido billonario encarna, así, un poder privado sin límites, nacido en las sombras de un poder público ilimitado. Y lo suficientemente rico para acomodarse a cualquier cambio de régimen político.

Para quienes defendemos la necesidad de una esfera privada fuerte para contrapesar la fuerza del Estado, personajes como Ponce son una advertencia sobre los límites razonables de esa defensa. Y un enorme lastre. Ni hablar para el sector empresarial: en el mercado todas las platas se tocan, y a ninguno le conviene criticar abiertamente a un potencial o actual socio tan poderoso. Otros tienen tejado de vidrio. Y así, predomina entre ellos un vergonzoso silencio.

Sin embargo, lo peor es el efecto en la moral pública del abusador impune. Su ejemplo. Porque los chilenos somos dados a la inmoralidad antisocial. Nos tienta lo flaite. Confundimos inteligencia con pillería. Luego, cuando alguien se sale con la suya de manera injusta, tendemos a imitarlo, aunque rasguemos vestiduras. El mejor ejemplo es el mail “ingenioso” que circula justificando la obtención fraudulenta del bono “clase media”. Si él puede, yo también. Y no han faltado políticos saliendo a comprar votos con esa plata ajena defraudada, demandando un “perdonazo”. Mismo discurso, por lo demás, que pide funas contra jueces de la Corte Suprema, sin siquiera estudiar el caso. Hijos sanos del Twittercado.

Pero si seguimos amenazando jueces cuando nos disgustan fallos que no entendemos y reclamando nuestro derecho a empatar en la injusticia a cualquier poderoso abusador, lo que terminaremos declarando es una república de bandidos regida por la ley de la selva. Y en la selva la dignidad no existe. El león se come a la gacela porque puede. Es el reino de los depredadores, no de las presas ofendidas.

Si esto pasa, lo más probable es que de las sombras del poder privado sin límites, surja un poder público ilimitado. Porque no hay ciudad sin ciudadanos. Y si cada uno quiere dedicarse a sus propios asuntos descartando a los demás, eso solo puede garantizarlo un tirano que concentre en sí todo el espacio público. Hasta que el abuso se haga costumbre.