Columna publicada en Chile B, 21.07.2015

Adopción homoparental. Eso discute actualmente la Comisión de Familia de la Cámara de Diputados. No de la mejor forma, por cierto, porque una cuestión de esta envergadura amerita un debate público y transparente, y no uno indirecto, vía indicación parlamentaria (el tratamiento del conviviente civil en la reforma a la ley de adopción). Y es que cualquiera sea la posición que uno adopte, el tema es polémico por donde se lo mire.

No es casual que en su minuto la Ministra de Justicia de Francia ─promotora de la adopción gay─ hablara de un cambio de civilización. Lo que está en juego es el modo de comprender una institución cuyos primeros destinatarios son los niños, y eso exige ser rigurosos y veraces a la hora de participar de este debate.

En ese sentido, hay dos tesis que suelen ser invocadas por los partidarios de la adopción homoparental, pero que resultan muy discutibles.

La primera dice relación con una serie de estudios científicos que negaría todo posible efecto adverso de la homoparentalidad en los niños. Esos estudios, sin embargo, jamás podrán zanjar por sí solos este tipo de debates. Aquí el problema no es tanto la existencia de estudios que arrojen resultados en sentido contrario (aunque ellos, por cierto, existen). El punto es que ni la técnica ni los análisis empíricos pueden sustituir a la deliberación política, que siempre implica ─más en asuntos como éstos─ consideraciones éticas y culturales.

Pero eso no es todo: además, hay un problema propiamente técnico. Tal como ya se ha explicado en este medio, la supuesta evidencia que presenta la American Psychological Association (APA) para afirmar que “no existe ninguna diferencia entre los hijos criados por padres homosexuales y heterosexuales” contiene numerosas dificultades metodológicas. Entre otras, muestras de hogares no representativas, ni cultural ni socioeconómicamente; falta de grupos heterosexuales comparativos; nula consideración de indicadores relevantes para evaluar el bienestar infantil; e imposibilidad de conocer el impacto de la homoparentalidad en la adolescencia y adultez.

La segunda tesis sin mayor fundamento e invocada con frecuencia en este debate se formula como sigue: existiría una gran cantidad de niños en la red del SENAME susceptibles de ser adoptados que, por desgracia, finalmente no logran ser acogidos en un nuevo hogar. Esta aseveración, sin embargo, denota cierta falta de conocimiento del proceso de adopción en Chile, cuyos principales problemas radican en su funcionamiento ─los mismos que busca solucionar la nueva ley─ y no en la falta de padres adoptivos.

En rigor, no existe algo así como un “stock” de niños que carezcan de quienes los adopten. Como es sabido, un porcentaje minoritario de los niños del SENAME son efectivamente susceptibles de ser adoptados (apenas un 7,3% de ellos están en el área de adopción, según las cifras disponibles al año pasado). De hecho, en los últimos 12 años, de los aproximadamente 6.000 niños declarados susceptibles, sólo 150 no fueron adoptados en definitiva (la mayoría de edad avanzada, o con necesidades o problemas graves).

Más aún, en los años 2010 y 2011, apenas el 1,6% y el 1,8% del total de enlaces adoptivos, respectivamente, no lograron completarse; y el número de personas que ingresaron al proceso de postulación para adoptar un niño creció un 26% en 2013.

Nada de lo anterior apunta a clausurar ex ante una discusión que, sin duda, ya está instalada. Se trata, más bien, de que ella se planteé en forma honesta y rigurosa, en especial cuando todos decimos desear el bien de los niños. Ello debiera llevarnos a argumentar no tanto en función del interés de determinados adoptantes, sino precisamente en atención al bien de los menores. Pero aun cuando se discrepe de ese enfoque, lo mínimo es que la reflexión pública esté a la altura de las circunstancias.

Mal que mal, lo que se propone es un cambio que no tiene correlato siquiera análogamente en la filiación biológica, y que dista de concitar un apoyo mayoritario (la última encuesta bicentenario Adimark-UC muestra un 50% de rechazo a la adopción homoparental). En este contexto, lo mínimo que cabe exigir es seriedad y honestidad al momento de participar de esta discusión.

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