Columna publicada el sábado 19 de septiembre de 2020 por La Tercera.

Si Daniel Jadue no fuera miembro del Partido Comunista, sus opciones presidenciales serían mucho mejores. Él lo sabe, y ha decidido enfrentar esta situación señalando que quienes no lo apoyan -incluso dentro de la izquierda- sufrirían de una especie de odio irracional contra su partido. Serían “anticomunistas”. Esta estrategia comunicacional es conocida y antigua. Es, de hecho, la que usaban desde la Fundación Neruda para defender a Neftalí Reyes cuando todavía era posible. Se encapsulaban las críticas en su contra dentro del tópico “antinerudiano”, evitando el fondo del asunto.

El problema de Jadue es que esta maniobra tiene dos efectos: recordarnos constantemente que pertenece al PC y abrir la discusión sobre las consecuencias de ello. Y ahí las cosas se ponen peores para el alcalde.

En primer lugar, porque lo que distingue al PC de los demás partidos es su carácter leninista. Es decir, el sostener una doctrina política que suplanta el gobierno del pueblo por la dictadura del partido de cuadros revolucionarios profesionales; que considera el orden democrático occidental (o “democracia burguesa”) como un mero campo de maniobra; y que, en el plano de la acción, predica que todos los fines que sirvan al partido son legítimos. El Partido Comunista de Chile, durante la Guerra Fría, siempre fue el más soviético en Latinoamérica porque siempre fue el más leninista: su primera lealtad siempre estuvo en Moscú, con el Comité Central. Y sólo eso explica su moderación táctica durante la UP. Hoy esa instancia superior no existe, pero Lenin sigue ahí: que Jadue defienda abiertamente el “centralismo democrático” (donde el partido único designa a los candidatos) es la mejor prueba de ello.

Pero, además, porque el significado preciso del “anticomunismo” queda expuesto una vez que entendemos la doctrina comunista: es un leninismo de signo opuesto. Es decir, una filosofía política reaccionaria que adopta las formas leninistas para combatir el comunismo. Y hoy no parece haber nada parecido en nuestro espectro político. Sin duda no en la izquierda. Su acusación, entonces, es infundada. Es muy distinto no querer ver al Partido Comunista en el poder -o incluso no querer hacer alianzas con él- a ser anticomunista. Y cualquiera que conozca un poco de historia política sabe que hay buenas razones para esa desconfianza.

Los partidos leninistas nunca han sido aliados leales de nadie. Sus alianzas siempre son instrumentales. Y su objetivo final es derrotar no sólo al adversario político, sino también finalmente a todos sus propios aliados. Las purgas, los asesinatos de imagen y las deportaciones de socialistas no comenzaron con Stalin, sino con Lenin. Y la lista de pensadores de izquierda espantados por esta barbarie es larga: Rosa Luxemburgo, Bertrand Russell, Víctor Serge, Albert Camus (quizás el diputado Boric se saltó esas páginas), George Orwell, entre tantos otros, incluyendo al propio Luis Emilio Recabarren, muerto en extrañas circunstancias, profundamente desilusionado luego de visitar la URSS.

Jugar la carta “anticomunista”, entonces, parece mover los problemas del alcalde Jadue desde el sartén de los matinales a las profundas brasas de la verdadera política.