Entrevista publicada el 21.07.19 en el Diario El Centro de Talca (páginas 10 y 11).

Las crónicas de Narnia, de C.S Lewis (Irlanda, 1989 – Oxford, 1963) nos sumergen en un mundo maravilloso. Pero Lewis fue, además, un connotado crítico literario, académico y ensayista. Manfred Svensson, investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad, escribió C. S Lewis. Una introducción (IES, 2017) para profundizar acerca de este singular autor.

Entrevista a Manfred Svensson, investigador senior del Instituto de Estudios de la Sociedad, académico de la Universidad de los Andes y autor de C. S. Lewis. Una introducción (IES, 2017).

Manfred, ¿Cómo surge su interés por C.S. Lewis?

Se ha dado en tres etapas muy sencillas. Como muchos, desde la niñez estaba familiarizado con él como autor de las Crónicas de Narnia y algunas otras obras de fantasía. A eso se suma el descubrimiento de su obra ensayística, con textos como Mero cristianismo, La abolición del hombre, y muchos ensayos menores. Pero durante los últimos años, se ha publicado la mayor parte de su correspondencia. Eso no solo nos permite situarlo dentro de un entramado de autores con preocupaciones similares, sino también que veamos con más nitidez a Lewis en medio de las crisis de mediados de siglo, como alguien vivamente interesado en el rumbo que tomaba el mundo. Eso echa una luz nueva tanto sobre su obra literaria como sobre sus ensayos.

Lewis vivió en una época marcada por las dos guerras mundiales. ¿Qué importancia tuvo para él la participación en la Primera Guerra Mundial?

Es curioso, porque, aunque uno esperaría lo contrario, el horror de la Primera Guerra Mundial no se encuentra visiblemente presente en los libros de Lewis. De hecho, en Sorprendido por la alegría, su autobiografía, se refiere explícitamente a su silencio, definiéndolo como un “trato con la realidad, la fijación de una frontera”. Hay escritores contemporáneos que explotaron de modo más directo su relación con la guerra, pero ese no es el caso de Lewis. Ahora bien, como fermento subterráneo, es evidente que ella está presente. Hay al menos una consecuencia de la Guerra que Lewis comparte con muchos en su generación: se trató de una experiencia que dejó en el suelo la idea de un progreso lineal de la humanidad. Tras ella, Lewis se volvió un crítico particularmente lúcido de las políticas inspiradas en la ilusión de ese progreso, y lo logró sin por eso volverse un desencantado crítico de la civilización.

¿Y la Segunda Guerra, que enfrenta en una etapa de más madurez, ¿tiene algún efecto decisivo sobre él?

Ella está presente de un modo más explícito, primero porque algunos de sus libros más célebres, como La abolición del hombre, son fruto de conferencias pronunciadas durante la guerra. Aquí me gustaría mencionar un reciente libro de Alan Jacobs, que examina La Abolición dentro del cambio de expectativas que se produjo en 1943. Hasta ese momento parecía muy probable el triunfo de Hitler, cosa que este año comenzó a cambiar. Sin embargo, para muchos humanistas cristianos del periodo, como Lewis, el eventual triunfo de los aliados los hizo preguntarse si el mundo libre triunfaría por superioridad espiritual y moral, o meramente por superioridad tecnológica y militar. Esa pregunta no sólo fue levantada por Lewis, también por autores como T. S. Eliot y W.H. Auden, por Jacques Maritain y Simone Weil. Las inquietudes de ese año llenaron a Europa de obras que todavía hoy resultan fundamentales para entender nuestra situación, y en las que Lewis jugó un importante papel.

¿Y el propósito de estos pensadores es ante todo controlar o limitar el poder, para así evitar los horrores del totalitarismo?

Esa es una inquietud importante en todos ellos. Uno podría decir que las distintas formas de sabiduría clásica compartían la idea de que debemos adaptar nuestra alma a la realidad; el proyecto moderno, en cambio, es más bien adaptar la realidad a los deseos del alma humana.  Algunas personas no ven problema en ese proyecto, porque la idea de aumentar el poder del hombre sobre la naturaleza les suena como lógicamente conducente al bienestar del mismo hombre. Creo que la respuesta de Lewis a esa creencia está muy bien retratada por una frase de La abolición del hombre. “Lo que llamamos el poder del hombre sobre la naturaleza –escribe ahí– es el poder ejercido por algunos hombres sobre otros, con la naturaleza como su instrumento”. Me parece que en estas palabras está recogida de modo magistral su advertencia: el hombre usa el poder que está a su disposición, pero es también el receptor del poder humano (de las bombas y de la propaganda, podríamos decir, pero también de los intentos por optimizar al ser humano).

¿Se trata de que el poder puede ser usado tanto para mal como para bien?

Se trata de reconocer la ambivalencia de nuestro poder o de nuestra técnica. Pero también de pensar en estos temas incorporando todas las dimensiones relevantes. Lewis menciona, por ejemplo, la facilidad con que solemos olvidar el factor temporal: el poder se ejerce no solo sobre los contemporáneos, sino que es también poder de unas generaciones sobre otras. Si simplemente describimos el uso de ese poder como una “optimización” del ser humano, estamos eludiendo una dimensión crucial: el deber de preservar también la libertad de las generaciones futuras.

¿Y la respuesta a eso es la democracia, o algo más que eso?

Al menos es muy directo el vínculo entre el poder y cierto modo de concebir la democracia. Lewis escribe con mucha desconfianza sobre lo que llama el “entusiasmo democrático”, la idea de que somos tan buenos que merecemos que se nos escuche. Pero al mismo tiempo que critica ese entusiasmo, es un enérgico defensor de la idea de que a los seres caídos que somos no se les puede confiar poder ilimitado. Lo que quiere es democracia y justicia, pero para un mundo habitado por seres muy imperfectos.

En este sentido, es importante mencionar también que a Lewis le preocupaba combinar la igualdad democrática con la aceptación de que nuestro mundo es una realidad espiritualmente jerarquizada. Para lograr esa combinación, le gustaba hablar de la democracia como nuestra vestimenta. Es una vestimenta que cubre el hecho de que hay gente más capaz, más admirable, más noble que otra. Y a Lewis le interesa preservar las dos capas a las que esta idea alude: la pasión por esas diferencias que hacen atractivo el mundo, pero el reconocimiento de que las vestimentas, que dan cierta igualdad –la igualdad ante la ley, la gradual exclusión de la arbitrariedad–, tienen mucho sentido.

¿Lo que revelan sus obras literarias, como Las Crónicas de Narnia, es entonces ese tipo de mundo jerarquizado, con un bien y un mal claramente identificables?

Exactamente. Pero hay que subrayar bien cómo Lewis logra esto de un modo sensible a preocupaciones que hoy son muy centrales. Si leemos las Crónicas de Narnia nos encontramos con un mundo que recrea muchos aspectos del pasado medieval. El lector es invitado a una cruzada y a una reconquista. Pero aunque Lewis está volviendo todo el tiempo al mundo medieval, no es porque lo vea como el centro de la civilización occidental. Vuelve a él más bien porque ve esa época como un mundo construido a partir de los fragmentos de una civilización destruida. Para nosotros, que también estamos ante los fragmentos de la civilización moderna, es muy atractivo volver sobre un escritor que miraba bajo esa lupa el pasado. Además, hay que notar que en estas Crónicas retrata el mal en términos de esclavitud, deforestación, maltrato animal y explotación irracional. No es extraño que con nuestros problemas lo sigamos leyendo.

¿Qué explica su vigencia como escritor y pensador?

Hace unos setenta años, en 1947, la revista Time lo presentó como alguien que estaba escribiendo “con erudición, humor y talento” para personas que habían sido educadas con jerga científica y clichés freudianos. Como ese tipo de jerga sigue dominando hoy, una voz como la de Lewis sigue siendo una brisa fresca. Basta con pensar en nuestras discusiones sobre educación, donde nuestro cliché es la importancia del pensamiento crítico. La tesis de Lewis, en cambio, era que el educador moderno tiene que regar desiertos antes que podar junglas.