Columna publicada el 12.01.19 en La Tercera.

Espero con expectación la publicación del segundo tomo del cómic Chancho Cero de Pedro Peirano, que retrata los avatares de los estudiantes de “lobotomía” de la “Facultad de Ciencias Suciales” de la “Universidad Nacional”.

Cuando se publicó el primer tomo, en medio de las revueltas estudiantiles, la editorial lanzó un video promocional donde se mostraba a una caterva de estudiantes carreteados, retozando en los pastos, y se afirmaba que la educación superior debía ser gratuita “porque nadie debería tener que pagar por esto”.

La falta de exigencias -o la presencia de exigencias absurdas- es uno de los temas sobre los que se construye el argumento de la tira cómica, en la cual un chancho logra excelentes resultados académicos y políticos cursando un programa de estudios que incluye ramos como “cesantía revolucionaria” o “trompología”. Peirano, a través del humor, nos enfrenta a lo indecible de parte de nuestro sistema universitario: su carácter imbunchado, mutilado, esterilizado.

Fue justamente Chancho Cero lo que me vino a la mente luego de seguir el debate actual sobre selección escolar. Él pareciera llevarse adelante en un plano totalmente abstracto, con pocos ejemplos concretos, lleno de ideología. Y, además, ser conducido por personas cuya vida y la de sus seres queridos no se verán afectadas en ningún sentido por las decisiones que se tomen.

Hay, entonces, grandes incentivos para generalizar y ser poco rigurosos. Y eso explica que la izquierda salga con buenismos vacíos, como que ellos están por una cultura de la colaboración y no de la competencia. O que la derecha repita que un sistema de asignación de cupos que le permite al 80% de los estudiantes quedar en su primera preferencia es escandaloso.

En todo esto hay una desmesura. Nuestros políticos no parecieran querer reconocer que estamos ante un tema delicado, que exige probablemente combinar criterios y mecanismos para calibrar un sistema que opere lo mejor posible, aunque no sea ideológicamente “puro”. Probablemente, si los hijos de los involucrados estuvieran en el sistema público, ellos también buscarían el arreglo que funcionara mejor en la práctica, y no el que les complaciera más en el plano de las abstracciones.

Hoy es más o menos evidente que seleccionar por “mérito” para el primer ciclo básico -y con mayor para el prebásico- es un caso de exigencia absurda. Y que, por lo tanto, otros deberían ser los mecanismos para asignar esos cupos. Lo que no está para nada claro es que dicha selección sea igualmente ilegítima cuando se habla del segundo ciclo básico o de la educación media.

Ya que nadie logró demostrar que el llamado “efecto pares” existiera en la realidad, ni tampoco explicar las virtudes de destruir instituciones de excelencia como el Instituto Nacional, ¿No estaremos simplemente ante un caso de idealización de la mediocridad, propio de nuestro imbunchismo cultural? ¿Por qué si la selección es tan perversa y el “descreme” tan horroroso, ninguno de los políticos y especialistas que levanta estas objeciones envía a sus hijos al sistema público? ¿Les parece en verdad terrible que, tal como existen para el caso del deporte, existan centros de alto rendimiento académico?