Columna publicada el 28.08.18 en La Segunda.

Todo indica que el Congreso aprobará pronto el proyecto de identidad de género. La única duda sería la edad para admitir el cambio de sexo en los registros públicos: si hasta los 14 años, como terminó sugiriendo el gobierno de Sebastián Piñera –no obstante su rechazo durante la campaña presidencial–, o incluso en niños menores de 14, como desea gran parte de la izquierda (aunque también dirigentes como Matías Walker y Felipe Kast). Más allá de lo insólito que resulta otorgar tamañas facultades a infantes que ante la ley son considerados incapaces para cualquier otro asunto, el hecho de que tal potestad siquiera se evalúe manifiesta claramente el tipo de lógicas que hoy domina estas discusiones. En ese sentido, también es muy decidor que en el caso de los adultos el trámite exija menos requisitos que un cambio de nombre, y que el sexo biológico sencillamente se borre. Ningún reparo parece importar demasiado: todo dependería de la sola voluntad de cada cual.

Desde luego, esa aproximación a las cuestiones de género ha sido problematizada. Hay quienes, advirtiendo la indudable historicidad de la expresión cultural de la sexualidad, hemos subrayado el papel que cumple la diferencia hombre-mujer no sólo en la reproducción humana, sino también en un sinfín de asuntos sobre los que se proyecta (prestaciones de salud, deportes, distribución en cárceles, etc.). Hay otros, sobre todo en el mundo anglosajón, que apuntan más bien a los riesgos relativos a la vigencia de ciertas libertades básicas, como las de conciencia o expresión (¿podrá defenderse o educarse en la visión tradicional acerca de la sexualidad o el matrimonio sin ser tildado de discriminador?). Pero más allá de su pertinencia, ninguna de esas objeciones ha logrado impactar a nuestros legisladores, quizá por ser tributarias de una cosmovisión cada vez más lejana a la sensibilidad de nuestras elites.

De ahí el aporte que representa la reciente traducción del libro de Bérénice Levet “Teoría de género o el mundo soñado de los ángeles” (IES, 2018). Donde la apelación a la naturaleza para algunos resuena a biologismo, Levet nos recuerda que es la propia cultura la que reivindica el complemento de lo masculino y lo femenino. Donde hay quienes identifican la crítica a las versiones más disruptivas del “Género” con oscurantismo, para Levet son el erotismo y la sensualidad los que corren peligro cuando se asume que la dualidad sexual es pura imposición arbitraria. Y donde la crítica al individualismo es un discurso común, Levet muestra que la gratitud por lo dado y la entrega al otro es indisociable del vínculo entre hombre y mujer. Cabe explorar esta perspectiva, porque –más allá de la ley en trámite– estas disputas nos acompañarán por mucho tiempo más.