Columna publicada en La Segunda, 07.11.2016

Aunque la Presidenta Bachelet lo niegue, las elecciones municipales confirmaron la distancia entre la ciudadanía y el proyecto de la Nueva Mayoría. Es indispensable interrogar este fenómeno. ¿Cómo comprender el fracaso de la coalición? ¿Qué factores subyacen a la caída de un conglomerado que en 2013 obtuvo una amplia mayoría parlamentaria y más del 60% de los votos en la presidencial? Varias razones podrían explicarlo. Basta reparar en la falta de conducción política (¿dónde está el ministro del Interior?), en la desprolijidad —desde la reforma tributaria hasta el padrón electoral—, y en el episodio Caval­-Dávalos-Luksic, con sus efectos en la credibilidad de un gobierno que prometió terminar con la desigualdad social. Asumir que todo esto quedaría impune era cuando menos ingenuo.

Pero hay más. Los problemas del oficialismo guardan relación con una dificultad más profunda que la (indudable) desorientación del Ejecutivo y las (indudables) deficiencias técnicas de las reformas. Es probable que lo más dañino haya sido la creencia —y acá creencia tiene un significado preciso: un acto de fe— de que era posible transformar Chile mediante el solo uso del aparato estatal. Tal proyecto estaba inevitablemente destinado al fracaso pues, como explica Pablo Ortúzar en su reciente libro (“El poder del poder. Repensar la autoridad en tiempos de crisis”), el poder político no es omnipotente, sino que está siempre inmerso en estructuras sociales más amplias; quien lo ignore ni siquiera logrará administrarlo de manera satisfactoria. Es justamente lo que ha sucedido con el Gobierno actual: si al comienzo aspiraba a terminar con la corrupción y la injusticia —Sharp dixit—, hoy en día incluso reunir al comité político representa un desafío de proporciones.

El fracaso de la Nueva Mayoría pone de manifiesto cuán grave es olvidar que el poder está inserto en un cuadro social y cultural más complejo (y con ello, la filiación intelectual de nuestros problemas políticos más relevantes). Ello necesariamente limita el ejercicio y las posibilidades de acción del poder, e ignorarlo ha sido el peor de los errores de Michelle Bachelet. Con todo, esto es tanto o más importante para la derecha. Si ella desea gobernar —y no sólo ganar una elección—, debe advertir que el Chile de hoy exige una serie de respuestas que, al menos hasta ahora, la oposición no ha sabido articular.

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