Carta publicada el martes 14 de junio de 2022 por El Mercurio.

Señor Director:

Agradezco la respuesta de Eugenio Rivera a mi columna publicada el domingo. Rivera objeta que mi texto (i) no consideraría el aporte que Gabriel Boric y su generación le han hecho al país y que (ii) caería en una lógica de trinchera.

Respecto de lo primero, creo que la pregunta que debe formularse hoy no pasa tanto por los méritos que esta generación haya tenido en su descollante ascenso, sino en su capacidad para darle gobernabilidad al país (después de haberla horadado haciendo una oposición durísima). En ese sentido, no me parece que la adulación ni la obsecuencia constituyan un camino aconsejable. Se trata de un grupo que tiene méritos, pero también defectos, algunos de ellos notorios y graves. El mejor servicio que la generación de Eugenio Rivera le puede rendir al país no pasa por celebrar acríticamente todo cuanto hagan o digan los más jóvenes, sino más bien por hacerles ver sus dificultades. La debacle de la centroizquierda —no solo la derecha está en crisis— guarda relación con este fenómeno: no haber tenido capacidad alguna de marcar distancia crítica con quienes instalaron la (falsa) consigna de los treinta años.

Esto conduce al segundo punto. Mi crítica al Presidente Boric es precisamente que su actitud profundiza la lógica de trinchera: en su lógica, Chile se jugaría todo su futuro —cual cara o sello— el 4 de septiembre. Hay allí una irresponsabilidad mayúscula, pues implica renunciar a darle conducción a un proceso que no se agota en maniqueísmos así de simplones. Si Gabriel Boric quiere convertirse en estadista, debe comprender cuanto antes que el día 5 será tanto o más difícil que el 4. Si quiere continuar siendo adulado por sus huestes, puede seguir insistiendo en sus errores. Aunque, sobra decirlo, no le conviene ni a él ni al país.