Columna publicada en La Tercera, 11.03.2015

Luego de un agitado año de gobierno de la Nueva Mayoría, da la impresión que de la legitimidad de nuestras instituciones no queda mucho más que el raspado de la olla. Usando los conceptos de Portales, el peso de la noche comienza a ceder y la masa parece abandonar el reposo al son de la crítica de hombres “sutiles, graves y quisquillosos”.

En medio de la confusión, los adversarios que otrora se disputaran la conducción del buque que hoy se hunde con todos a bordo, siguen tratando de hacer como si nada. Y cada golpe que se dan los condena tanto como dejar de golpearse. Los casos Caval-Luksic, Penta y, muy probablemente, Soquimich, son una especie de ensañamiento del destino con elites políticas y económicas cuya respetabilidad se encuentra a medio morir saltando.

A todo esto se suma, además, un grupo de herederos que no logra dar el ancho y que realiza el temor de Weber respecto a los “especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón”. La generación de Sebastián Dávalos y Ernesto Silva, aplastada bajo la agobiante sombra de sus padres. Una generación cínica que confunde ser inteligente con ser “vivo”, emprender con hacer “pasadas” y la alta política con la pillería.

Frente a esto, ¿qué hacer? Los progresistas experimentan un dulce vértigo en estos momentos, porque creen que todo cambio es para mejor. Los reaccionarios, por su parte, se disuelven entre el pánico y el “se los dije”. Y ya que unos se sienten llamados a “acelerar la historia” al mismo tiempo que los otros están decididos a ponerle freno de mano, el resultado es previsible para cualquiera que sepa manejar.

Lo cierto es que nadie sabe qué hacer. Los grupos humanos han pasado buena parte de la historia comportándose de manera demencial en estas circunstancias. Y, normalmente, arroparse bajo un “hombre fuerte” que “decide cosas” no ha mejorado el asunto. Tampoco lo ha hecho acudir en búsqueda de balas de plata a la academia, que cuando no produce preguntas suele producir monstruos: “modelos”, “otros modelos”, “nuevos modelos”, como si esto fuera SimCity.

En su último libro, “La derecha en la crisis del bicentenario”, el filósofo Hugo Herrera, a pesar de su propia antipatía por el “romanticismo político”, llama al sector a la pausa, a tratar de empaparse de la situación para luego ir viendo qué hacer. Esta recomendación, que implica asumir la propia ignorancia, hoy es extensible a todos los sectores políticos.

Las crisis, después de todo, exigen decisiones. Pero antes de ponerse a decidir siempre es necesario preguntarse por las características de una decisión razonable en contextos de total ignorancia. De eso se trata el libro “Seeing like a State” del antropólogo James Scott, donde muestra el fracaso brutal de muchos “grandes planes” hechos con buenas intenciones y entrega una serie de recomendaciones para dar pasos pequeños pero seguros en sentido contrario a la violencia. Una especie de memorial de la soberbia del siglo XX que nuestras elites, sin duda, deberían visitar.