Columna publicada en La Segunda, 09.12.2015

El actual vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, parece haber comprendido esa vieja pero vigente lección de Marx: “El arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas”. Recordando que “el poder material tiene que derrocarse con el poder material, pero también que la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas”, García Linera ha reorientado el proceso revolucionario en Bolivia desde una izquierda renovada. Él mismo lo ha reconocido: ellos aprendieron del fracaso de la izquierda de la década de los 70 y 80’, que quiso hacer una revolución “de libro” pero sin tener cuenta el contexto, el aspecto situacional de Bolivia, como él lo denomina.

Así, García Linera se ha convertido en el segundo hombre del gobierno boliviano, después de Evo Morales. Mestizo y hombre de grandes dotes intelectuales ­—estudió matemáticas en la UNAM (México) y luego sociología durante su permanencia en la cárcel en La Paz­—, es autor de numerosos libros, entre ellos Comunidad, Socialismo y Estado Plurinacional, publicado este año. Desde su reflexión teórica ha trazado el proyecto de transformación para Bolivia; proyecto que él ha calificado “socialismo andino”, marcado por el indigenismo y el comunitarismo.

Captura de pantalla 2015-12-09 a la(s) 15.57.05

Durante los 90’, García Linera participó en el Ejército Guerrillero Túpac Katari, de orientación indigenista. Esta experiencia y su larga reflexión en prisión durante cinco años lo llevaron a un marxismo “situacional”, que tuviera en cuenta las particularidades de Bolivia. Aquí la mayoría de la población es indígena, lo que terminó influyendo decisivamente en la política boliviana. Esto quedó claro con las revueltas sociales entre el 2000 y el 2005, que pusieron fin al gobierno de Sánchez de Lozada y permitieron el posterior ascenso de Morales, candidato del MAS, y a la postre primer Presidente indígena del país.

Desde entonces ha sido la mano derecha de Morales y el principal ideólogo de un gobierno que sin duda ha transformado a Bolivia. García Linera ha sido el puente entre el mundo urbano de clase media y el mundo campesino representado por Evo; entre la antigua elite blanca-mestiza y la nueva elite indígena; en fin, entre la antigua izquierda tradicional, fallida y que hoy rechaza, y la nueva ruta al socialismo que propone.

Esta nueva ruta, a pesar de su retórica marxista que a veces pareciera tener tintes muy radicales, goza de un pragmatismo y prudencia notables. García Linera es consciente de la importancia de una buena gestión económica para que la revolución sea sostenible a largo plazo. En ese sentido se ha apartado de Chávez o Castro, implementando lo que el vicepresidente boliviano llama una economía plural. Con un rol estatal fuerte, reflejado en la nacionalización de industrias importantes, también ha promovido la inversión de capital extranjero en Bolivia, que hoy parece posible gracias a su estabilidad política y social. Al mismo tiempo, ha fomentado la economía a pequeña escala: microempresarial urbana y comunitaria campesina, con el objetivo de lograr una mayor descentralización. Lo importante es que la riqueza quede en el país y beneficie a todos los sectores sociales, sobre todo a quienes se han visto postergados durante los 200 años de historia republicana. Los resultados hasta el momento parecen ser positivos. En su síntesis: “Bolivia ha crecido a un promedio de 5%, subimos el salario mínimo de US$ 40 a US$ 210 y un 20% ha pasado de ser pobre a la clase media”.

Como resultado, la brecha de la desigualdad se ha reducido drásticamente y, además, el manejo del excedente le ha permitido al Estado redistribuir la riqueza mediante beneficios directos a la población, como la Renta Dignidad, el bono Juancito Pinto, el bono Juana Azurduy, entre otros. Además, los buenos resultados no se reducen al ámbito económico: el gobierno de Evo Morales ha ganado en cohesión interna, inclusión social, popularidad, y ha tenido una exitosa gestión en el ámbito internacional. Todo esto, en gran parte, gracias a los lineamientos de Álvaro García Linera, ideólogo del “evismo”. Se puede coincidir o no políticamente con él, pero no cabe duda de que el vicepresidente sabe lo que hace y que de su experiencia en Bolivia hay bastante que aprender.

Ver columna en La Segunda