Columna publicada en La Segunda, 11.11.2015

El Gobierno ha decidido quemar los pocos cartuchos que le quedan, levantando el debate constitucional. Ante el rechazo que han generado las reformas, ha preferido estrujar un tema que concita innegable apoyo popular: según la última encuesta Plaza Cadem, el 78% de la población considera que una nueva Constitución es necesaria (hace un par de semanas, la misma encuestadora informaba que tres cuartas partes de la población reconocía no haber leído la Constitución en los últimos 5 años).

Que la inmensa mayoría de la población admita no conocer el texto es un asunto sin importancia: la política se construye de ilusiones, y prueba de ello es que -de acuerdo con las mismas encuestas- siete de cada diez chilenos cree que una nueva Constitución hará de Chile un país más justo y menos desigual, y otorgará soluciones en educación, seguridad y salud. Demostrar que los problemas sociales no se resuelven simplemente cambiando la Carta Fundamental es combatir contra molinos de viento. Al contrario, es más productivo entrar en el debate y conseguir que las reformas a la Constitución sean lo más idóneas posibles. No hacerlo, como insisten ciertos sectores de la centroderecha, es incurrir en una anticipada renuncia.

Más aún, se trata de una renuncia sin realismo. Muchos ignoran que la opinión pública es sensata y no quiere tirarlo todo por la borda: las mismas encuestas demuestran que más de la mitad de los chilenos quiere un cambio parcial, y apenas poco más de un tercio se la juega por una Constitución completamente nueva.

Lo anterior abre una ventana de oportunidad para Chile Vamos: hoy, cuando se discuten los principios rectores que deben guiar al nuevo referente, la apertura a la discusión constitucional debe ser uno de ellos. El momento es propicio para expresar qué se debe cambiar y qué se debe mantener de la actual Constitución. No hacerlo, e insistir en esta renuncia sin realismo, implica dejar la discusión en manos de sectores más ideologizados. Ello sería un traspié para un buen debate constitucional, con altura de miras y respeto por las distintas visiones. A veces, no hay peor decisión que no influir en la toma de decisiones.

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